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ARTES ESCENICAS Y OTRAS DISCIPLINAS

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De Santa a la fichera. El estereotipo de la prostituta en el Cine Nacional

Por Nayeli Ramírez Bautista

A pesar de ser una figura importante en la cultura mexicana, la prostituta desde su origen ha sido catalogada por la sociedad como una mujer indecente y destinada al fracaso por tratarse de una fémina que tiene control de su sexualidad y además cobra por el acceso a ésta. El cine se ha encargado de reforzar dicha imagen mediante tramas en las que se muestra a “la mujer de la vida galante” en desenlaces desafortunados.

Instituciones como la familia o la Iglesia han tenido mucho peso en la idiosincrasia mexicana, pues “somos una sociedad judeocristiana”, como señala el director de cine Luis Lupone. Así, los valores morales han sido fundamentales en la cinematografía, por tratarse de un medio que toma ciertos aspectos y costumbres de la vida cotidiana. Julia Tuñón, investigadora, escritora y quien ha tenido diversos aportes en cuanto a la representación de la mujer en la sociedad, expresa que el cine, en la mayoría de los casos, normaliza los esquemas presentes en una sociedad, por lo cual el espectador busca en él una identificación y la reafirmación de sus creencias.

Federico Gamboa fue uno de los primeros escritores que se atrevió abordar la figura de la prostituta “inocente” en su novela Santa (1903). El texto retrataba a la “mujer caída” de principios del siglo XX y también denunciaba la doble moral de la sociedad. En el cine, aunque su primera versión –muda– se proyectó en 1918, no tuvo gran éxito ni provocó mayor impresión sino hasta su segunda versión de 1932. Esta última está considerada la primera película del cine sonoro nacional, porque presentó su sonido perfectamente sincrónico con la imagen. Asimismo, se le consideró polémica y revolucionaria para la época, al hablar de un tema complicado para la sociedad. Además, dio pauta para la representación de la prostituta en este medio en las siguientes décadas.

Santa se convirtió en el primer éxito en taquilla del cine mexicano gracias a la gran aceptación del público. Dicha cinta fue protagonizada por los actores mexicanos Lupita Tovar (Santa), Carlos Orellana (Hipólito) y Donald Reed (Marcelino); dirigida por Antonio Moreno, le acompañaban canciones de Agustín Lara El Flaco de Oro, músico que inició su carrera en los cabarets de la capital y de allí salto a los medios de comunicación. El filme narra la historia de una mujer joven deshonrada por un militar y despreciada por su familia, situación que la obligaba a refugiarse en un prostíbulo donde, a la postre, encontrará la muerte.

La industria se encargó de proyectar a la hetaira como una mujer pura e inocente que caía ante los deseos carnales fuera del matrimonio, y esto la condenaba a pagar el desacato de no ejercer la sexualidad “establecida” por las instituciones; por ello, debía redimirse, afrontando las consecuencias como no encontrar a un hombre interesado en formar una familia con ella por ser una mujer “marcada” ante la sociedad.

Esta película abrió una brecha en la industria nacional al reafirmar los valores morales; no obstante, la sexoservidora estuvo inmersa en tramas en las que los personajes melodramáticos: la madre (buena mujer) y la prostituta (mala mujer) prevalecían, los cuales se utilizaban para mediar el bien y el mal en la mujer, pues por un lado se tenía a la madre con su poder omnipotente, y por el otro, a la mujer de la calle, como un ser que reflejaba la falta de respeto hacia las buenas costumbres.

Ninón Sevilla, la rumbera por excelencia

Estanislao Barrera Caraza, antropólogo e investigador, menciona en el texto “Prostitución y medios masivos de comunicación social” que las historias de la meretriz caen en repeticiones carentes de originalidad y explica que “en el melodrama la prostituta nunca resulta triunfante, tiende a ser víctima, cuando más de circunstancias familiares y matrimoniales, aunque la culpa no sea suya. Sin embargo, de alguna manera tiene que pagar el ‘pecado de vender placer sexual’”. Es decir, la prostituta en el cine va a estar destinada a pagar de diferentes maneras el precio por ejercer su sexualidad con un fin que no es el de procrear.

El subgénero de “las mujeres caídas”, representó una etapa importante dentro del cine nacional y dio pie a otras representaciones, como en el llamado cine de rumberas, ambientado en cabarets y salones de baile de arrabal. En estas cintas predominaban los bailes candentes, curvas exuberantes y ambientes cabareteriles, espectáculos surgidos de los “Teatros de Revista” o “Teatros Frívolos». Estos filmes tuvieron su mayor auge en la llamada “Época de Oro” del cine mexicano, en las décadas de los cuarenta y cincuenta, en los cuales se mostraba la sensualidad de la mujer en sus bailes. Sin embargo, aunque se tuvo el apoyo de la industria estadounidense, seguían imperando los clásicos melodramas: la chica humilde de provincia llegaba a la ciudad y era “devorada” por la maldad en la urbe, sus vicios y condenada a bailar en un cabaret.

Las trabajadoras de cabarets, en su mayoría de la metrópoli, rozaban la línea dividida entre la moral y los prejuicios de la época, una de sus mayores exponentes fue Ninón Sevilla en cintas como Aventurera (1950). Pero este subgénero en poco tiempo fue perdiendo originalidad y debido a su sobreexplotación dejó de ser atractivo para el público. Además, se le impuso una censura al personaje por considerarlo una falta a la moral y a las buenas costumbres de la sociedad mexicana. El cine de rumberas se fue agotando en la década de los años sesenta, y, paralelamente, en un afán de recuperar el éxito obtenido, surgió otro subgénero prostibulario, el cine de ficheras, de ínfima calidad, donde se exageraba y parodiaba la vida de las sexoservidoras, que fue conocido como de “sexicomedias”.

Estas películas reunían obras de cabaret, vedetismo, el doble sentido y la “picardía mexicana”, la cuales creaban ambientes graciosos, incómodos e inesperados, pero, a diferencia de las anteriores en las que se mostraba a la mujer en condiciones desventuradas, en esta nueva temporada la prostituta se veía objeto de deseo por los semidesnudos que realizaba, los cuales eran exclusivos de la mujer. La película iniciadora fue Bellas de Noche I, proyectada durante 26 semanas en los cines, y gozó de gran aceptación del público por incluir el doble sentido y los semidesnudos y los ambientes donde su música exaltaba los sentimientos de despecho, traición y sacrificio.

En ese aspecto, Jorge Ayala Blanco, historiador y crítico del cine mexicano, menciona que “en la época de las ficheras, había un acercamiento, pero era en la degradación, la idea sórdida, lo ‘grueso’ de lo popular: las películas de (Alberto Rojas) “El Caballo”, son películas que buscaban exclusivamente un aspecto de lo popular, un acento machista u otra cosa”. Cabe destacar que los filmes realizados en ese periodo tuvieron como objetivo la comercialización, por carecer de calidad y sólo tener como fin producir un gran número de películas con bajo presupuesto.

Al igual que el cine de rumberas, el cine de ficheras se inspiraba en la vida nocturna, pero la diferencia entre estos dos subgéneros es que las ficheras tenían una censura “relajada” al permitir la proyección de semidesnudos en las películas, situación no ocurrida en el cine de rumberas en que las mujeres realizaban coreografías “sugerentes” y su actitud era seductora, pero no mostraban sus cuerpos desnudos. No obstante, el melodrama siguió inmerso en el cine de ficheras, pues se exponía en historias en las cuales la mujer, por diversas circunstancias, iba a parar al cabaret de mala muerte.

Además, en el cine de ficheras sobresalía el machismo y la misoginia debido a que la mujer era exhibida como mercancía y el hombre siempre tenía el poder de redimirla o de ser su perdición, pero no ambos casos. El público aceptó sin reproches ese tipo de historias aproximadamente 20 años.

Hay que recordar que para muchos esta etapa de la industria fue considera la debacle del cine nacional, pero para otros representó un empuje en la industria; no obstante, la administración de José López Portillo permitió que las producciones se vieran sólo con el objeto de vender. El cineasta Fabián Polanco menciona que “bien que mal, le trajo muchos millones de pesos de ingresos a la industria”.

En suma, la “mujer caída”, la rumbera o la fichera son personajes que se han encargado de encarnar a la prostituta en diversas facetas y contextos, pero no en las tramas. Este personaje ha obedecido a preservar los intereses de ciertos grupos de poder: seguir proyectándola como una mujer destinada a situaciones adversas, por ello le sido casi imposible a esta figura mostrarse en otros tópicos.

De ahí que a esta figura le falte experimentar con nuevas historias y no estar arraigada en historias que funcionaron hace décadas, por ejemplo, menciona Lupone, un buen tema sería “el de las enfermedades venéreas”, pues muchas de ellas afectan a la sociedad y se abordan muy poco en la pantalla grande, ya que si bien el cine como medio de entretenimiento no está obligado a transmitir la realidad fidedigna puede retomar ciertos aspectos de la vida cotidiana.

La música es mi esencia: Paola Bernal

Por Patricia Munguía

Paola Bernal es bajista de La Bandita. Apenas tiene 24 años de edad y ya cuenta con once años de trayectoria que se reflejan en los sensuales movimientos de sus delgados dedos sobre las cuerdas de la guitarra y en la tesitura de su voz, con la que además de cantar, mima a su mascota, un perro de mirada enternecedora y pelaje bicolor que retoza a su alrededor.

La música me apasiona porque es algo que me hace sentir muy bien, es algo que mi cuerpo pide como de manera natural y me hace sentir muuuy bien. Creo que con la música puedes cambiar la vida de las personas para bien, entonces, la idea de salvar vidas mediante mi talento me parece algo muy muy bello –y una gran sonrisa aparece en su joven rostro.

Foto: Paola, bajista de La Bandita

Desde pequeña estuve en el coro de la escuela y mi papá, que además de dedicarse a su profesión es coleccionista de música, fue mi mayor inspiración, pues gracias a su afición desde muy niña tuve contacto directo con la música; escuché muchos géneros, música muy buena y muy bien hecha; es algo que tuve muy presente desde siempre.

Cuando tenía trece años, la escuela en la que estudiaba abrió un taller de guitarra, pero como era una escuela católica tocaban alabanzas y cosas así, a mí me gustaban –asegura sin tapujos–, era mi parte favorita de la escuela, entonces le dije a mi papá que quería entrar y todo eso y me dijo que mejor tomara clases por fuera, entonces un amigo de mi hermano que tocaba la guitarra comenzó a enseñarme.

La Bandita se formó a principios de año y en realidad no tiene nombre, cuando nos presentamos siempre decimos que somos La Bandita porque cuando me preguntaban ¿Pao, en dónde vas a estar?, les respondía: voy a estar con la bandita y así, pero todavía no le ponemos un nombre formal. A los otros integrantes los conocí en la escuela por un sujeto que tenía un hermano que tocaba la batería y que además daba clases de guitarra y pues nos llevamos muy bien y resulta que él conocía a otros dos guitarristas que estaban muy interesados en formar una banda, necesitaban a un bajista y pues yo entré, desde el principio nos llevamos muy bien y decidí quedarme con ellos.

Al subirme a un escenario lo que más me gusta es estar con la gente que quiero, tocando, es una onda muy divertida y una conexión muy padre y también me gusta mucho escuchar el sonido de mi instrumento en un amplificador grande, eso está bellísimo.

Tengo varios artistas favoritos, pero me encantaría, así con todo mi corazón –sus manos tocan su pecho–- hacer un dueto con Juan Son, un cantante mexicano que tuvo mucho auge por los dosmiles y que ahorita está regresando. Él es mi artista mexicano favorito. Se me hace una persona muy talentosa y preparada; su música es muy honesta, y eso es lo que lo distingue de todo el mundo y lo admiro muchísimo.

De pronto, su Iphone comienza a tocar “siento”, la más reciente creación del compositor jalisciense y durante cinco minutos nos acompaña un ritmo synth pop.

También tengo varios géneros musicales preferidos pero me gusta el rock, el rock alternativo y también podría ser un poquito de pop o la fusión de ambos, creo que tengo habilidad para eso y disfruto mucho tocarlo.

Es mi talento, lo que Dios y la vida me dieron, entonces, explotarlo es parte de lo que soy como ser humano, y es algo que no puedo encontrar en otro lugar porque es algo que está en mí, así estoy hecha y le saco todo el provecho que puedo. Es como un hogar, es un lugar súper cálido y súper bello. Es donde encuentro esa honestidad, esa amistad, porque he hecho muy buenos amigos a lo largo de todos estos años gracias a la música. Entonces eso es lo que yo encuentro en la música.

Pao toma de nuevo su guitarra rosada y toca unas notas a manera de epílogo de nuestra charla. Los nubarrones comienzan a acumularse y las notas del instrumento huyen con el viento.

Del hoyo funky a la Facultad de Economía

Por Pedro Corona

Juan es joven, supongo que se acerca a los treinta.

Viste una playera azul oscuro y pantalón grisáceo deslavado, lleva una chamarra gris claro que se la quita y la guarda en su mochila negra. Nuestra conversación inicia en “las islas de Ciudad Universitaria” en una tarde nublada que a leguas se siente que está próximo un aguacero.

Iniciamos, Juan me comenta que “el acercamiento con la música lo traigo por parte de mis abuelos paternos; descubrí con mi hermano que había dos bajos abandonados y me llamaron la atención, tenía 17 ó 18 años, así empecé tarde con la música, pero tuve grandes maestros del Conservatorio Nacional que me brindaron una formación sólida en la ejecución; recuerdo al profesor Cárdenas… Además del bajo también toco la guitarra eléctrica, un poco de piano”.

—¿Cómo te acercas a la música?

—Cuando éramos chavitos mi papá nos despertaba, tocando un disco de Bandas, de Glen Miller entre otras, a mí me gustaba. En cambio mi mamá es poco fiestera… Hace una pausa y menciona, ella no le aguantó el ritmo y tal vez por eso se separaron…

Tengo dos bandas: Disonancia y Falla técnica, tocamos hard rock y también “versátil”. También estoy en la producción…

—¿Con qué banda te sientes mejor?

—Con las dos… es como un “matrimonio disfuncional”.

—¿Qué experiencia recuerdas de tus tocadas?

Disonancia. Foto: Tecno Total

Disonancia. Foto: Tecno Total

—Tocar en un hoyo funky en Ecatepec, fue hace como dos años; nos mojamos, pusieron mal la lona pero logramos que la banda se prendiera; se acercaron tres ñores, eran como albañiles, nos pidieron chance para tocar y sí… se la rifaron… fue una experiencia que no la vas a tener ni en el Metropólitan ni en el Auditorio Nacional.

—¿Cómo te das cuenta que a la gente le gusta lo que haces?

—La banda se pone a bailar, saltan, cantan.

—¿Alguna vez te has caído?

—Sí, cuando estaba pedo.

—Más bien, me refiero, en una tocada…

—Cuando no les gusta lo que haces, sólo están esperando que termines para poner su sonido huarachoso.

—Me ha tocado ver como la banda bajó a Natalia Lafourcade, del Vive Latino, con piedras y botellas. Otra fue en el Zócalo, la gente esperaba a la Maldita Vecindad, y también bajaron a los músicos europeos, porque la banda, iba por la Maldita…

—¿Cómo te preparas para un concierto?

—Sólo los ensayos.

—¿Meditas, bebes, fumas?

—Cuando era más joven, ahora debes poner profesionalismo, en lo que haces, lo que te sostiene son los ensayos.

Comienzan a caer las primeras gotas de una amenazante lluvia, acordamos continuar la entrevista en la cafetería de enfrente que corresponde a la Facultad de Economía.

Juan, saca su chamarra y se la pone.

La lluvia está bastante fuerte, vemos tras los vitrales las carreras de los estudiantes para guarecerse en los edificios cercanos. Algunos llegan apenas y recién mojados. En el interior de la cafetería hay pocos comensales son casi las siete de la noche y el establecimiento está por cerrar.

 

Instalados en la cafetería, nos atiende un mesero muy amable y nos trae la carta. Yo pido unas enchiladas verdes y un refresco y Juan un late grande. Le aviso que ya casi terminamos.

 

—¿Tiene algún color tu música?

—No.

—¿Alguna emoción que transmitas?

—Coraje.

—¿Por qué?

—Al terminar de leer el periódico, eso es lo que te provoca.

—¿Tienes alguna letra a la mano?

—Me pasa como el contador de los cien chistes. Cuando le piden que cuente uno, no se acuerda.

No puedo negar mi formación profesional ni mi origen social, soy economista; entonces cuando compones lo haces con estos recursos.

—¿A qué hora realizas tu trabajo, qué te inspira?

—Soy noctámbulo. Lo que me inspira es hacer bien mi trabajo, que la gente salga contenta.

Por último, ¿crees en los dones?

—Sí, pero también en la disciplina, conozco muchos que por no practicar ya se quedaron… No hacen más.

—Qué te hubiera gustado tener, Qué consideras que te ha hecho falta?

—Mejor formación musical.

Cerramos la conversación y acordamos ir a la Facultad de Economía, Juan tiene que revisar su correo e imprimir y yo necesito ir al sanitario.

Ir a la deriva no siempre es estar perdido

Por Faustino Antúnez

Hace unos días cerró la temporada de la puesta 609 páginas después y con el hígado hecho pedazos, escrita por el periodista Alejandro Flores Valencia, inspirada en la novela Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, que fue montada por  la compañía de teatro Línea de Sombra, en Un teatro. Alternativa Escénica (Nuevo León 46, Colonia Condesa).

La no-obra es una pieza que, recreando y reimaginando la Encrucijada Veracruzana —cantina en la que se desenvuelve gran parte de la novela del autor chileno— arroja a interactuar en un vertiginoso escenario al público junto con seis jóvenes de los que poco sabemos, quienes a lo largo de una emotiva, convulsa y, no pudiendo dejar de serlo, visceral hora, recordarán y redescubrirán sus más íntimas memorias en la ciudad.

609paginas… Foto: timeoutmexico.com

Al terminar la presentación, los integrantes de la novela escénica dirigida por el dramaturgo Alejandro Flores Valencia y las actrices y actores Daniela Guillén; Itzamná Ponce; Pavel Castillo; Rodolfo Domínguez; Rebeca Reyes y Ana Sánchez Bernal, extendieron una invitación al público para acompañarlos a la cantina Oxford, ubicada en la colonia Tabacalera, ofrecimiento que por supuesto no fue ignorado; allí, se disfrutó de una memorable noche de cervezas, chistes y anécdotas con las y los jóvenes de quienes, para ese entonces, no era ya poco lo que conocíamos.

El proyecto escénico fue resultado de una serie de “derivas”, es decir, viajes por la ciudad sin un rumbo determinado retomando la corriente social y filosófica del situacionismo, uno de los últimos movimientos de vanguardia del siglo pasado, que proponía reconquistar las ciudades atropellando el tedio de las rutinas, los traslados, los horarios preestablecidos, el cansancio e inclusive y pudiendo ser más importante, de los propios miedos, para así, conectar de nuevo con los sueños, emociones y sentimientos más nuestros.

Bolaño/Belano. Foto: plumasatomicas.com

Bolaño/Belano. Foto: plumasatomicas.com

Este grupo de jóvenes teatreros, invocando a los espíritus chocarreros de los poetas García Madero, Arturo Belano, Ulises Lima, las hermanas Font y el resto de la pandilla real visceralista, entregan el resultado de sus búsquedas combinando la actuación con la danza, la música y el performance, pero, sobre todo, con una entrañable honestidad que convirtió a esta puesta en escena en una inolvidable experiencia para cualquiera que haya sentido en lo hondo de su ser ese rapto por alguna ciudad y sus lugares, sin importar si se conoce o no al tal Bolaño o a los tales detectives.

609 páginas después y con el hígado hecho pedazos es una pieza alternativa concebida por jóvenes y dedicada más a cualquier persona enamorada de la Ciudad de México, de sus calles, sus días y sus memorias, que a un fanático de la novela en la cual se inspira. Ojalá la repongan pronto, porque cerró temporada el pasado veintiocho de agosto. Etcétera…

 

Eloy Valtierra, un ser visual

Por Yesi Arrieta

En el número 13 de la calle Orizaba, en el tercer piso, se encuentra la agencia de fotografía Eikon, que dirige el fotoperiodista mexicano Eloy Valtierra Ruvalcaba.

Originario de un pueblo mágico, San Luis Ábrego, municipio de Fresnillo, Zacatecas, su mirada se llenó de bellas imágenes desde su infancia. Hijo de Socorro Ruvalcaba y Juan Valtierra, ocupa el lugar número siete de once hijos, de los cuales tres más se dedican a la fotografía: Pedro (el mayor), Victoria y Rodolfo.

Cuando tenía aproximadamente cinco años su familia tuvo que migrar a la Ciudad de México en busca de oportunidades.

Me recibe vistiendo una camisa azul y pantalón negro; al principio muestra seriedad pero conforme avanza la charla su rostro es de un soñador, siempre sonriendo con la mirada hacia arriba, recordando todos sus momentos fotográficos. Tez morena, su cabello negro pinta una que otra cana por sus cincuenta años, usa lentes y ni los truenos de la lluvia que se aproximaba nos interrumpen…

Eloy Valtierra. Foto: Eikon.com

“Para nosotros la gran maravilla de la vida es ver las formas, las porciones, los movimientos, todo lo que vemos lo transformamos en lenguaje”, relata entusiasmado cómo fue su acercamiento a la fotografía, pero antes de iniciar hubo algo que yo no me explicaba, cuando un día busqué en el archivo de las tesis de la Biblioteca Central el trabajo que realizó para la maestría en Artes Visuales este año y descubrí que Eloy Valtierra era licenciado en Biología.

¿Biología? Siempre le interesó la cuestión social, sin embargo, decidió entrar a la Facultad de Ciencias a estudiar Biología, “trataba de no seguir a mis hermanos, la mayoría estudió ciencias sociales, yo elegí biología, por qué no elegir algo más complicado”.

“Yo siempre fui un chamaco con interés de construir cosas, por preguntarme por todo lo que veía, siempre andaba chachareando, lo que aprendía en la escuela lo quería reproducir en mi vida, sin embargo siento que la fotografía me jugaba ciertos acertijos para acercarme a ella”, menciona.

Eloy recuerda que un día al entrar al cuarto donde su padre trabajaba vio la cámara oscura “ahí siempre jugaba, el sótano no tenía luz pero tenía láminas en la parte del techo de metal, ya estaban carcomidas y estaba buscando una herramienta y vi cómo se reflejaba el cielo y el sol sobre la mesa, me pareció algo muy interesante y me pregunté el por qué, me fijé y el techo tenía un agujerito y que por eso pasaba la luz, la mesa estaba llena de aserrín, vi las nubes sobre eso, me asomé y efectivamente, la imagen coincidía”.

Su hermano mayor, Pedro Valtierra de cierta manera lo introdujo al mundo de la fotografía, pero no del todo ya que Eloy trataba de darle la vuelta y no trabajar en eso, sin embargo, la fotografía siempre estaba presente: “En mi familia nos absorbió a todos, cuando llegaba Pedro nos reuníamos en la cena para ver las fotos, desde chicos él nos dejaba una cámara para experimentar, a los dos o tres días él llegaba con las fotos impresas, me daba curiosidad”.

Hubo otra vez donde más señales se hicieron presentes, se encontró una cámara en la calle, no había nadie, las cortinas de los negocios estaban cerradas y decidió quedarse con la cámara y practicar.

Más tarde, decidió tomar el libro de su hermano, resolver la duda, cómo de ese aparato se obtenían imágenes, leyó que habría de tener químicos, revelar en un sitio oscuro y lo inició con una que otra mentira, para conseguir el revelador y fijador, una vez conseguidos se escondía debajo de su cama, ya que si lo descubrían se llevaría un buen regaño, le gustaba ser autodidacta ya que aseguraba que siempre y cuando el libro contuviera las instrucciones él podía realizar cualquier cosa.

El Salvador, 1989. Foto: Eloy Valtierra

Luego se las ingenió para construir su propia ampliadora, con cartón, cajas de zapatos o de huevo, cinta adhesiva, un foco, un socket y listo, luego de varios intentos, hacer varias ampliadoras en su niñez, hasta recuerda con risas, que se le llegó a prender el cartón por el calor que producía el foco, recordó entre risas. Eloy empieza a ampliar sus primeras fotografías.

Estudio en CCH Naucalpan, ahí metió varios cursos de cine, seguía practicando con su cámara. Unido siempre a su hermano Pedro, le ayudaba de vez en cuando en su archivo fotográfico, lo acompañaba a revelar.

En el sismo del 85, recuerda que días antes Pedro le prestó una cámara y dos rollos para sus prácticas de la universidad, un día antes de la tragedia fueron a celebrar el primer aniversario del periódico La Jornada, “ya sabes, hubo fiesta, éramos jóvenes al otro día nos despierta el sismo, estábamos por Tlatelolco, nos pusimos a tomar fotos, inocente, lleve mis negativos al periódico La Jornada y me las publicaron, Pedro se enteró” desde ese momento se le abriría la primer puerta, para sumergirse al mundo del fotoperiodismo.

En el año de 1986, estudiantes de la UNAM crearon el Consejo Estudiantil Universitario (CEU) con la finalidad de revocar las reformas que proponía en ese entonces, el rector Jorge Carpizo. Eloy colaboró tomando gráficas del movimiento estudiantil.

En el 84 su hermano Pedro Valtierra quien trabajaba en la Agencia Imagenlatina decide abandonar el proyecto para unirse a La Jornada, siendo su primer jefe de fotografía hasta 1986, debido a diferencias editoriales abandona el periódico y decide crear su propia agencia: Cuartoscuro, que inició en el mismo edificio donde ahora se encuentra Eikon, con muebles y puertas hechas por su padre, don Juan Valtierra.

Eloy recibe la invitación de su hermano Pedro para trabajar en el nuevo proyecto, junto al fotógrafo zacatecano, Juan Antonio Sánchez, los tres inician Cuartoscuro.

“Empezamos trabajando, sí me interesaba echarle la mano a mi carnal porque siempre nos apoyaba, aunque parecía que la fotografía no me interesaba como un proyecto de vida, tuve que ayudarlo, yo creo que Pedro al ver mis fotos del sismo me eligió a mí”, precisa Eloy y aclara que poco a poco se enamoró de la fotografía, terminó su carrera de Biología pero decidió dedicarse de lleno al fotoperiodismo.

Enviado por Cuartoscuro, Eloy con tan sólo 23 años viaja a la última ofensiva guerrillera en El Salvador donde su ojo como fotógrafo se desarrolla y su trabajo periodístico tiene racionalidad, más allá de sólo informar. “Un conflicto armado es la experiencia más gratificante, con más adrenalina. Ahí aprendí el valor de la vida, a entender que un pequeño movimiento hace la diferencia entre la vida o la muerte, el valor de la imagen está a veces en arriesgarse un poco y captarla. Creo que quien muere haciendo lo que le gusta, sigue vivo por siempre”.

Después de colaborar con su hermano, Eloy decide crear su propia agencia informativa fotográfica en 1994, una de las primeras agencias digitales en el país, Eikon (“imagen” en griego) que surge como una nueva forma de informar y asesorar a los medios.

Explica que aun teniendo su proyecto, continúa colaborando con la revista Cuartoscuro, “no necesariamente uno debe pelear para empezar algo nuevo, muchos lo ven así desde afuera y más en México, pero Pedro y yo seguimos platicando y asesorándonos, nos complementamos”.

Hoy en día Eikon sigue vigente, innovando su página Web y apostando a las nuevas tecnologías y nuevos contenidos. “Los momentos fotográficos son extraordinarios, son momentos en los que solo un ser visual puede tener esa excitación, así como lo hacen los músicos al lograr armonía, sonidos y demás; creo en la sencillez y la práctico todos los días, la sensibilidad y la capacidad de asombro son cualidades que un fotógrafo no debe perder”

Al tener más de treinta años de experiencia en el mundo de la fotografía y colaborar en distintos diarios del país, Eloy se emociona al recordar uno de sus más grandes logros cuando una de sus fotos titulada “El soplón”, de su serie “Cuna del narco”, que realizó en Sinaloa en 1993, formó parte de la colección México a través de la fotografía, una exposición exhibida en el Museo Nacional de Arte (Munal).

El soplón. Foto: Eloy Valtierra / Eikon

“La imagen me gusta primero, me llena mi espíritu, después la comparto y si esa imagen les gusta, me colma doblemente y es gratificante si a los demás les encanta el trabajo que uno realiza”, comenta Eloy Valtierra, quien después de su maestría quisiera continuar estudiando el doctorado. Su objetivo principal es seguir formando jóvenes fotógrafos, seguir apostando a Eikon y tratará que la fotografía no sea utilizada sólo para ilustrar, sino demostrar que es conocimiento, darle esa intención y no dejar que la basura visual que hay en las redes se imponga.

Mayra Hernández, animadora mexicana que participó en Loving Vincent

Por Ileana Rojas

“Me están buscando a mí, Mark, me están buscando a mí… Vi toda la técnica y dije: esa soy yo. Ellos me quieren a mí, estoy segura”. Así es como Mayra Hernández Ríos, la animadora de 26 años describe su primer acercamiento con la convocatoria para participar en Loving Vincent, primera película animada sobre la vida de Van Gogh y sus pinturas. Aunque la cinta es biográfica, está enfocada en los últimos momentos de su vida y también en descifrar el misterio detrás del suicidio del famoso pintor.

Mayra, llega puntual a nuestra cita con semblante sereno, sonrisa en el rostro, un vestido suelto floreado muy ad hoc con la primavera y el cabello despeinado al hombro. Su talento se esconde detrás de su apariencia de chica común y de  expresiones sencillas.

Comienzo por preguntarle del recorrido que la llevó a ser la única animadora mexicana en Loving Vincent, próxima a estrenarse. “Me enteré de la película mientras estaba haciendo un video musical para una banda llamada Triciclo Circus Band, la técnica que emplee fue óleo encima de un cristal. Estaba haciendo mi trabajo y de repente Mark, mi novio, me envió una página web. Los productores de la película Loving Vincent estaban buscando animadores, pedían que mandáramos nuestro portafolio y dije: eso, eso, me están buscando a mí, Mark, me están buscando a mí… Así es como Mayra revive la emoción que hace un año la embargaba.

“Entonces hice mi portafolio, me ayudó mucho que estuviera trabajando en el video musical porque así podía enseñar que hacía cosas similares a lo que ellos pedían. Lo envié, eso pasó por marzo más o menos, pero no recibí noticias y pensé: No pues, ya no… no sé”.

Mayra Hernández. Foto: Cortesía de la artista

Mayra tenía un viaje programado a Reino Unido en mayo de ese año. Luego de dos semanas de estar en casa de su novio en la frontera entre Inglaterra y Escocia, recibió un correo inesperado, el más deseado. Loving Vincent la buscaba. El correo solicitaba su presencia inmediata en la ciudad polaca de Gdansk. El proceso de selección constaba de tres etapas: Una prueba inicial, seguida de un período de entrenamiento y, al final, se conocería el veredicto.

Mayra platica emocionada sobre este proceso: Fue de un día para otro y como me quedaba cerca de Reino Unido dije, Yuju, y pues me fui a Polonia tres días después para presentar la prueba, la primera prueba. Tuve advantages (ciertas ventajas) porque yo soy animadora y muchos de los otros eran nada más pintores, yo ya sabía usar el programa de stop motion. Creo que en la prueba muchos se atoraron en esa parte, como es animación, tienes que hacer tus cuadros no tan perfectos para lograr hacer más en menor tiempo.

“Salí bien en la prueba y luego regresé a Reino Unido, días después me llamaron de regreso para el entrenamiento. Fueron tres semanas y al final casi todos los que pasamos al entrenamiento, nos quedamos a trabajar en la película”, recuerda Mayra, quien se sintió en su ambiente en el estudio de animación. Era una labor pesada pintar todo el día, pero la reconfortaba pensar que ese pequeño esfuerzo era parte de un todo.

Le pregunto sobre la técnica de animación que distingue a Loving Vincent de cualquier otra película. Mayra dijo que al principio los cuadros de la animación se hacían sobre telas pero, al final, usaban cartón blanco como estilo cascarón. También explicó que primero la película se grabó con actores y esa cinta se la pasaron a los animadores posteriormente. Una versión a color y una blanca y negro que es la que se proyecta en el cartón sobre el que los animadores tienen que pintar.

Para Mayra uno de los trabajos más difíciles fue encontrar los colores exactos a los que los animadores que la precedieron emplearon. Cada uno de sus cuadros iniciales debía de ser aprobado por la directora Dorota Kobiela, quien daba el visto bueno a los artistas para empezar a animar su cuadro. El proceso de animación consistía en retocar el cuadro inicial dependiendo del movimiento de la escena. Acerca de la uniformidad del estilo, comentó que, a pesar de que el proceso de animación es controlado, cada artista impregna su estilo en los cuadros, algunos más realistas y otros más caricaturizados.

A pesar de que la gran humildad de Mayra, logré que me hablara más de su participación, de su legado en los cuadros de Loving Vincent. “Estuve trabajando como cinco meses ahí. En los últimos dos le agarré más la onda y ya era muy muy rápida, era la Speedy González del estudio, me dice entre risitas, pero aun así yo hice menos de un minuto en total”.

En cuanto a sus cuadros explicó que “Van Gogh hacía muchos pastos amarillos, a mí me tocó pintar mucho de esos pastos dorados. También pinté una parte del final, una escena en la que el protagonista, un detective, habla con el que envía el correo postal”.

En un inicio Dorotha Kobiela planeada hacer un cortometraje pero, gracias a su asociación con Hugh Welchman y la campaña de fondeo que se llevó a cabo en Kickstarter, el proyecto de Loving Vincent creció hasta convertirse en un largometraje con actores de renombre y con animadores de distintas partes del mundo trabajando en él.

Mayra habla de su experiencia en la película como algo único, muy pesado, pero inigualable. Le tocó colaborar con artistas de Polonia, Estados Unidos, Canadá, Australia, India, Israel y Reino Unido. Ella fue la única mexicana del proyecto. Una de las curiosidades de esta colaboración internacional fue la inconformidad de sus compañeros con respecto a los salarios. “Te pagaban dependiendo de cuánto trabajaras, muchos de los artistas sí tenían que poner de su propio monedero para pagar el hospedaje o los alimentos…. Bueno, a mí me parecía que me pagaban mucho porque en México…”, se ríe al decirme esto. Ambas sabemos lo que significa ser artista en México.

¿Qué sentiste cuando viste la película por primera vez?, dije. Esperaba que la respuesta fuera conmovedora o inspiradora, pero Mayra siempre humilde y sonriente se limitó a responder “fue bonito, ya terminamos”. El estudio organizó una premier sólo para los artistas en la ciudad de Gdnask. Rentaron una sala de cine para los 115 animadores que colaboraron en el proyecto. Aún faltaban pequeños detalles cuando les mostraron el fruto de sus meses de trabajo.

Estación de trabajo de Mayra. Foto: Cortesía de la artista.

Como parte de mi preparación para nuestra cita, leí un par de reseñas de la película. Varias de ellas malas críticas. Decidí preguntarle a Mayra su opinión, ella muy honesta respondió: “Está bien, digo, tampoco es la película del año. Sientes mucha empatía hacia Van Gogh, tristeza por él, pues lo plasman como una buena persona, pero muy vulnerable. La historia está bien aunque creo que le faltó un poquito, principalmente al final la historia queda inconclusa. Creo que lo más interesante de Loving Vincent, es que usa a pintores cuyo trabajo suele ser más solitario y los une para hacer una gran película que tal vez sirva para inspirar a las personas”.

Aún antes del estreno, Mayra ya recoge los frutos de su participación en Loving Vincent, las personas la empiezan a buscar en las distintas plataformas sociales. Todo tipo de mensajes le han llegado, desde fotografías obscenas de completos desconocidos, hasta mensajes de felicitación que le hacen pensar que haber participado en la cinta de animación va más allá. “Un papá me escribió en facebook, me felicitaba por mi trabajo, había visto un video en el que me entrevistaban junto con su hija y le dijo: así como ella, tú también puedes perseguir tus sueños y yo pensé: Ay Dios mío en serio necesito hacer algo para merecer estos reconocimientos”.

Mayra, humilde ante todo, reflexiona conmigo acerca de cómo en la vida las cosas se acomodan: “Tuve mucha suerte por muchas cosas, todo se dio en cierta manera. Intenté trabajar en un estudio de animación digital en México como asalariada pero yo no sé mucho de computación, era muy lenta, me sentía mal porque sentía que los estaba explotando yo a ellos. Yo no estaba haciendo casi nada y ellos me estaban pagando. Intenté buscar trabajos de diseño, pero en México están muy mal pagados tres mil o cuatro mil pesos al mes, entonces me dije a mí misma: A ver si haciendo lo que te gusta, encuentras trabajo más de lo que te gusta. Así fue como decidí hacer videos musicales, gracias a eso tuve el curriculum para mandar a la convocatoria de Loving Vincent, entonces me di cuenta que entre más hagas lo que te gusta más puertas se te abren en ese ambiente. Ojalá y continúe así”.

Ahora que ha concluido el proyecto, Mayra quiere regresar a la ciudad a pasar tiempo con su familia, le gustaría dar clases de animación 2D, pero piensa que en México no hay tantos foros para ello, la animación 3D es lo que llama la atención. Aun así continuará haciendo lo que le gusta porque como la experiencia de colaborar en Loving Vincent le demostró, haciendo lo que le gusta y en lo que es buena, es lo que le abrirá más puertas. Mayra seguirá atenta a los proyectos que la busquen a ella, así como Loving Vincent, quiere volver a decir: ¡esa soy yo, me quieren a mí, estoy segura!

Memoria, amor y olvido en Kiss & Cry

En el 41 FIC se presentó la compañía belga Charleroi Danses

Por Jorge Luis Berdeja

Foto: FIC

Foto: FIC

I.

La parte más expresiva del cuerpo es el rostro, después las manos, y esto lo sabían los grandes de la escena como Marcel Marceau y tantos otros. La mano es más rápida que la vista, lo han probado muchas veces los carteristas y también se expresa con lenguaje secreto y codificado como atestiguan los sordos, aunque ya no se les diga así…

La terca memoria que reconstruye amores, aunque sean de 13 segundos o de toda una vida, la terca memoria que imagina y nos hace engrandecer o aborrecer, según sea el caso, la perra memoria que nos lleva a pensar que todo tiempo pasado, algún retazo de instante, fue mejor…

II.

Los creadores de Charleroi Danses, Jaco Van Dormael (dirección) y Michèle Anne De May, crean una poderosa fantasía a partir de la danza de manos, coreografías sensuales para dedos que se deslizan presurosos, haciéndonos olvidar el resto del brazo y del cuerpo que se desvanece en las sombras.

No son pocos los talentos reunidos para hacer verosímil la danza con dedos, en primer lugar escenografías convincentes, efectos lumínicos simples pero efectivos y la trasmisión de una cámara subjetiva que refuerza los desplazamientos de las manos, como si de una película (sólo que ejecutada en vivo) se tratara…

III.

Kiss & Cry trata de los amores idos, los fugaces, los difíciles y los francamente desastrosos, del correr del tiempo y de la pérdida irreparable de los afectos; de la gente que se fue,  la que no ha llegado y de la que nunca vamos a saber… que puebla la prosa poética de Thomas Gunzig, quien es cuentista y también ha incursionado en la radio ficción, el teatro, la adaptación de cómic y el musical.

Foto: FIC

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Mientras los dedos danzan y se deslizan por los aires, la mar y las bañeras, la nieve y los bosques, el texto en off nos guía por las peripecias de la nostalgia: Manos que se encuentran en la oscura cabina de un tren, que se tocan, se funden y no se olvidan…

Hay amores como una naranja, que te exprimen y te dejan sólo con una cáscara amarga…, o

Hay amores en forma de cebolla, al principio son todos secos, después se derraman lágrimas…, o bien

Hay amores como un barco, que abordas para cruzar todos los mares y se hunden por la  noche…

IV.

La obra dura toda una vida y mientras transcurren cinco historias de amor, las horas se van arremolinando como hojas muertas… El tiempo al compás de trenes que cruzan en la noche y no se detienen; la vida se escapa y se resguarda en cajas cerradas como los recuerdos.

Foto: FIC

Foto: FIC

La música acompaña a estas manos cirqueras, navegantes, viajeras e indiscretas, que patinan sobre hielo o se entrelazan y espejean hasta convertirse en formas antropomorfas, grotescas y también sensuales, llevando al espectador por piezas de Handel, Vivaldi, Pärt, Cage, Prévert y Koening Gottfried, entre otros.

Yuxtaposición de códigos audiovisuales (danza, cine, teatro), Kiss & Cry realiza el acto mágico de hacer aparecer ante nuestra atónita mirada las más profundas y escondidas emociones…

El paso del viento entre las plumas del águila

Presentación de Legend Lin Dance Theatre, en el 41 Festival Internacional Cervantino

Por Jorge Luis Berdeja

Foto: FIC

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I.

Basada en los ritos y tradiciones antiguas de Taiwán la coreógrafa Lin Lee-Chen crea un espectáculo poético, cargado de bellas imágenes… La naturaleza es gobernada por espíritus, desde la mota de polvo insignificante, las espigas de arroz o las plumas de las águilas que surcan los aires pertenecen a los dioses y todo, en una enorme y compleja red, está conectado…

Foto: FIC

Foto: FIC

II.

Los hombres, aunque insistan en negarlo y busque olvidarlo, pertenecen a este antiguo sistema y sus acciones parecen risibles gestos ante la mirada impasibles de los númenes…

Con parsimonia ancestral las campesinas cosechan el arroz y al mismo tiempo dejan la ofrenda de sus vidas en los campos inundados. Todos los seres respiran y se mueven al ritmo de sus destinos.

III.

La coreógrafa taiwanesa Lin Lee-Chen invita a sus bailarines a moverse lentamente, a ejecutar sus desplazamientos como si el tiempo, ese reloj absurdo que  nos esclaviza, no existiera (en realidad no existe), hasta olvidar que están sobre un escenario.

Los cuerpos, entrenados como la rigidez de las artes marciales, ejecutan los desplazamientos suaves y acompasados del gato montés o los tientos de la grulla en la charca… las águilas pasan rozando el agua estancada en los arrozales y se posan en inestables ramas a punto de romperse… Todo ello ante la mirada benevolente de los dioses.Legen4

IV.

La pieza se llama Song of Pensive Beholding, lo que podríamos traducir como Canción del pensar contemplativo o, mejor, Canción sabia… un estar sin estar, un saber sin información, sin conocimiento, una intuición absorta del estar en el mundo sin aspiraciones, sólo el sonido de nuestra respiración y la sensación del viento a nuestras espaldas y una sonrisa en los labios.

Los bailarines de Lin se mueven sin moverse, avanzan sin avanzar, concentrando su esfuerzo en el centro de gravedad instalado en el bajo vientre, el Tan Tien, donde los chinos ubican el caldero de la existencia. Energía y devenir en un solo instante.

V.

Vemos imágenes y varios planos de la existencia simultáneamente. Los humanos y sus absurdas tareas… Las aves en el cielo y las espigas de arroz cosechado en las manos de las mozas… Un altar y el fuego votivo.

Oímos en vivo a la cantante HsuChing-Chewn y percusiones con tambores de templo budista, trompa tibetana y gong chino ejecutadas por los músicos de torso desnudo, además de música grabada de Naked Spirits, Ohm y Tengpoche Monastery.

VI.

No se puede describir el paso del viento entre las plumas del águila, sus combates y su muerte. Tampoco la lucha eterna de los dioses, absortos y divertidos con las ocurrencias de sus criaturas… La más bella escena de amor y el encuentro de los opuestos, la eterna lucha de los elementos y el constante transcurrir de la existencia humana, tan insensata y acelerada, tan vana y perdurable, como la llama de una vela a punto de extinguirse… el vuelo de una mariposa, el aleteo de un ave… el silencio.

La coreógrafa Lin Lee-Chen y los bailarines de Legend Lin Dance Theatre con Song of Pensive Beholding  logran expresar lo inefable.

 

Niña Yhared presentó Historia de mi piel en la James Madison University, de Estados Unidos

El pasado 24 de septiembre la artista mexicana presentó el performance , el Wilson Hall Auditorium, de la James Madison University, una de las más prestigiosas instituciones académicas de Estados Unidos

Ante casi 800 personas, la artista visual realizó un performance donde “mis experiencias en el dibujo y la caligrafía, mediante el arte corporal y performático, son llevadas a otro nivel. En esta pieza la caligrafía adquirió movimiento al entrar en contacto con mi cuerpo, la tecnología (video y multimedia) y, por supuesto, con medios análogos como el dibujo”.

Historia de mi piel, explicó la artista invitada, “revela las metáforas, juventud, vejez, caricias, juego, humedad, placer y deseo, y en este performance se convierte en una membrana o pergamino de múltiples significados y recuerdos, que se transforma y regenera a través del tiempo”.

Niña Yhared dijo que para esta pieza colaboraron Translab, integrado por las artistas de video y multimedia Minerva Hernández y Myriam Beutelspacher, del Centro Multimedia del Cenart (DF). El video que se proyectará fue realizado por DocuMentalidades, de Gonzalo Marcuzzi, en Barcelona, y la música fue compuesta por Coletivo Resistor, del Cante del Centro de las Artes Centenario de San Luis Potosí.

Por su parte, la doctora Maureen Shanahan, profesora de Historia del Arte en la Universidad James Madison, señaló que  “la señorita Yhared es la primera artista de su tipo en visitar a nuestra universidad. Su arte en vivo es de vanguardia, emocionante y exactamente lo que nuestros jóvenes quieren ver hoy en día”.

Shanahan comentó que la invitación a Niña Yhared fue por recomendación de la doctora Rocío Aranda-Alvarado, curadora de arte contemporáneo en El Museo del Barrio, de Nueva York, además de que llevó a cabo una revisión de su trayectoria en el performance.

Las obras de Niña Yhared están enfocadas en crear imágenes con temas como el género, la soledad, la incomunicación, las fronteras y el viaje; para ello utiliza su cuerpo fusionado con recursos multimedia y varias disciplinas artísticas.

Sus performances más recientes, presentados en Estados Unidos, Reino Unido, Alemania, España y México incorporan video, música, pintura, narraciones y poesía. Niña ha hecho más de 90 performances en numerosas galerías de arte contemporáneo, museos y otros recintos culturales nacionales e internacionales.

Sus obras, entre las que destacan Cabaret Performance, Venus Cabaret, Les voy a contar mi vida, Poderosa Afrodita, Transparencias, con Lala Nómada; Blanco Mediterráneo, Ephemeral Body: A Performance Project, con Lorena Rivero de Beer, responden a la forma en que la mujer es representada en el imaginario social, la cultura popular y los medios de comunicación.

Niña Yhared también ha publicado tres libros que reúnen su producción de dibujos a tinta, acuarelas, cuentos y poemas.

La James Madison University se ubica en Harrisonburg, Virginia, a dos horas de Washington, D.C.

Historia de mi piel, de Niña Yhared

Por Jorge Luis Berdeja

La piel como lienzo, como un libro donde se escribe, se graba, se dibuja la historia de las horas, de las heridas y los fracasos, de las caricias y el placer… Historia de mi piel: pantalla lisa –y también plagada de accidentes– donde discurren imágenes públicas e íntimas, individuales y compartidas, del ser mujer…

Escenario inmejorable: una abandonada cárcel de mujeres, anexa a lo que ahora es el espléndido Centro de las Artes de San Luis Potosí Centenario. La artista Niña Yhared (1814) concentró en una maquinaria escénica los fantasmas y demonios del ser femenino, a través del taller “El cuerpo del artista: sus límites y extensiones”, impartido en el Centro de Artes y Nuevas Tecnologías (Cante).

Contar la Historia de mi piel como reto y apuesta. Mezcla afortunada de varias artes, teniendo como principio rector al cuerpo –doliente, mancillado, encerrado, pero también activo y actuante, gozoso y rebelde…

Niña Yhared logra una gramática compleja, con sonidos de olas y cadenas, vidrios que estallan en la espiral del oído, susurros y gemidos ahogados, con metales aislados y bajos telúricos; una proyección de video que amplifica los golpes contra las rejas de la antigua prisión; una niña que juega con pelotas y frutas en las crujías ahora ausentes; un mujer robotizada que obedece órdenes que saltan desde una pared…

El performance es un recorrido que obliga al público –150 personas– a entrar en las crujías y ser, momentáneamente encerrado, gozoso encierro que permite observar –con y sin morbo– una mujer ensangrentada tirada en el suelo; ser enjaulado por instantes junto con proyecciones de aviones, zambullidas marinas y fugas con maleta en mano, para salir nuevamente y enfrentar el encierro doméstico de platos lavados con el pelo, a falta de estropajos, e invariablemente estrellados en el piso…

Al final, algunos espectadores se acercan a la artista y plasman en su piel sus inquietudes, para después purificar el cuerpo con leche que borra las consignas tatuadas: orgasmo, libertad, soledad, creatividad, calor, esperanza, lucha…

Historia de mi piel, explicó la artista visual Niña Yhared (1814), explora los cruces entre la acción en vivo con la creación de imágenes multimedia, y paisajes sonoros.

Este performance forma parte de la serie Bitácora Mujer en la que busca “hacer una metáfora  visual del concepto de la piel y el cuerpo femenino como síntesis de nuestra memoria corporal: de nuestra historia que se escribe día con día”.

La intención, agregó, “es crear una pieza que reúna cuerpo, arte y tecnología en un mismo espacio, por medio del video y las herramientas multimedia”. Historia de mi piel, escrita en las paredes de una vetusta cárcel de mujeres, logró traspasar fronteras y límites para llegar a establecer un vínculo con el espectador. Fue un híbrido que permitió un diálogo entre tecnología y arte vivo.

Participantes

Performance: Niña Yhared; Liz Nava Rodríguez; Aurora Omedes Ramos; Lizette Abraham; Diana Trejo; Alejandro Medina; Karla Janet Loredo; Arely Sierra; Jesús Castro Martínez y Ana Lilia Zúñiga (invitada).

Música: Julio del Toro; Iván Sánchez y Jesús Castro Martínez.

Producción: Ivhán Taxhas, Carlos Castillo y Claudio Delgado; Centro de Arte y Nuevas Tecnologías (Cante), del Centro de las Artes de San Luis Potosí Centenario.