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El Metro, un día

Por Myriam Pérez Matadamas

“Vale de a 20  el morralito, paque no se pierda el celular, la cámara fotográfica, vale de a 20 morralito, morralito de a 20”, lo vendía un muchacho más bien bajito, ni gordo ni flaco, con mochila en el hombro izquierdo y bolsa negra de plástico donde traía su mercancía.

“De a 10, de a 10 sopa de letras, de a 10… compermiso” iba recorriendo todos los vagones mientras gritaba: “de a 10, de a 10 sopa de letras, de a 10…”.

“Chicles de a cinco, llévese sus chicles de a cinco”, con una mano sostenía la caja con muchos paquetes de Trident de color dorado y con la otra tres o cuatro cajas individuales para ofrecerlos a sus clientes.

Un invidente vestido de azul, con un cinturón café y hebilla de hoja de marihuana,  que además sostenía su bastón plegado del lado derecho deVagoneros su cuerpo. El hombre tenía un bigote un poco ralo y el cabello lacio al estilo Miguelito, el de Mafalda. Colgando de sus hombros y sobre su pecho, llevaba una bocina en donde se escuchaba a todo volumen “Señor de pronto valor necesito olvidarla… Sabes mejor que nadie que me engañaste que lo que… Que cielo cruzas sin extrañarme nube viajera…”. Y, mientras iba caminando para cambiar de vagón, decía: “Muy buenas tardes señores pasajeros, les traigo a la venta el disco de Luis Miguel y Alejandro Fernández, 23 temas de Alejandro Fernández”.

Enseguida apareció otro vendedor con una mochila roja en la espalda y las bocinas por delante con las canciones de Pedro Infante. Mientras que una señora chaparrita de aproximadamente 65 años, sin dientes, con el cabello largo y cano, iba cargando una bolsa de mandado en el antebrazo cantando y acompañándose con el ritmo de un envase de refresco vacío y un peine chico de cola larga.

Un niño de entre siete y diez años, bajito de sudadera y pantalón de uniforme azul marino con ojos grandes y unos huaraches rotos de la suela, se arrastraba limpiando los zapatos de los usuarios con un trapo. Al verlo venir, los pasajeros escondían los pies.

El vagón iba casi vacío en General Anaya a las 20:45, allí se subieron dos jóvenes con una playera en la mano en forma de morralito que guardaba vidrios; al subirse los muchachos, el niño se quedó quieto mirándolos.

Primero intercambiaron palabras con otro vendedor quien los alertaba de la policía. “Andan agarrando a todos”, eso no les importó y empezaron su espectáculo, tiraron en el piso los vidrios. El más alto ni tan flaco ni tan gordo, cabello corto,  sudadera azul holgada y pantalón de mezclilla, comenzó a hablar: “No venimos a robar, preferimos venir haciendo esto…. mi compañero tiene un mensaje para ustedes…”

El más joven, vestido con una bermuda de mezclilla amarrada a la cintura con un lazo, torso desnudo con muchas cicatrices, decía: “Cuiden a sus hijos para que no les pase lo que a nosotros y no estén en la calle o caigan en la cárcel por las drogas…”, mientras de se tiraba sobre los vidrios en el suelo, se pegaba en la frente y los brazos con ellos.

Las reacciones de los usuarios fluctuaban y sus caras expresaban sorpresa, desagrado, tristeza, algunos evitaban verlos, ya que su aspecto era desagradable, los hoyos profundos que tenían en la piel evidenciaban que se quitaron varias veces las costras sin dejar cicatrizar las heridas, la mugre que iban recogiendo del piso de cada vagón aunado a que cuando hablaban arrastraban las palabras daban señales de que ambos jóvenes seguían consumiendo algún tipo de droga.

Después de terminar su show pasaron con cada unos de los espectadores diciendo: “Con lo que gusten cooperar, una moneda que les sobre”. El más delgado, al ver la poca colaboración de los usuarios, le dijo a su compañero: “Ni valió la pena”, refiriéndose a sus cicatrices y manchas de sangre.Metro_indigente

El niño que se arrastraba por el suelo encontró unos vidrios y se puso a jugar con ellos golpeando su mano con el vidrio, intentando imitar a sus compañeros y luego los aventó debajo de los asientos.

Un chica de entre 22 y 25 años, perfectamente maquillada, vendiendo conejitos de chocolates:

—Lléveselos tres por cinco pesos, tres por cinco pesos.

—Dame 20 pesos, dijo el hombre sentado al lado de la puerta

—Ya no me alcanza.

—¿Cuántos te quedan?

La chica se quedó pensando por un momento y contestó:

—Sólo le puedo vender 15 pesos.

—¡Qué bueno que ya terminaste!, dijo asintiendo con la cabeza.

—Sí, me costó mucho trabajo, esta gente no quiere comprar, desde las tres estoy vendiendo, antes vendía dos cajas y ahora con trabajos saco una.

La chica salió del vagón golpeando con la caja vacía el vagón del Metro.

“Llévese su sopa de letras, sopa de letras, sólo diez pesos”, decía un hombre con dentadura de plata y corte al estilo Buki y fleco como el de Pedro Infante en Tizoc, sus ojos eran negros con una mirada vacía, vestía pantalón gris vaquero y chamarra café. Con su morral colgando, iba caminando rápido de un vagón al otro hablando para el mismo: “Llévese su sopa de letras, sopa de letras”.

En el trayecto subió un par de payasitos, la payasita embarazada y cargando su niña de entre cuatro y cinco años, el payasito con bermudas y playera; todo el tiempo haciendo chistes y bromeando con los usuarios quienes agradecieron dándoles dinero al terminar su espectáculo.

Buscan «El sentido de la vida» en la UAM Azcapotzalco

Por Jonathan Vega Villarreal

“¿Cómo nos mantenemos despiertos 24 horas? Soñando.”

Jaime Vielma

El mundo de los reality shows es vasto: los hay de danza, de canto, de la vida escolar, de sobrevivencia, de deportes, y por supuesto los más convencionales sobre encerrar a cuantos pelados se le ocurra a uno y ponerlos a hacer nada. Pero, ¿quién ha visto un reality de pintores? ¿Y de pintores plasmando sus trazos sobre la superficie de un auto? Seguramente un concepto así no se le hubiera ocurrido a nadie más sino al mismo Jaime Vielma.

Cuentan las malas lenguas que durante su travesía por el mundo, un viajero solitario comenzó a preguntarse por el sentido de la vida, la duda que todos nos hacemos en algún momento de nuestra existencia. Su recorrido lo llevó del desierto del Sahara, donde se hizo la pregunta mágica por primera vez, a Barcelona, donde meses después halló la respuesta. Su visión le hizo darse cuenta que el sentido de la vida uno se lo da a través de sus acciones y su legado, como en el arte, y que la vida siempre se encuentra en movimiento, cual vehículo automotor.

car5Este hombre es Jaime Vielma y dicha revelación encendió la chispa de la que surgió el concepto de “El sentido de la vida”, un reality show que se inició el 11 de marzo y concluyó 24 horas después, en el que los participantes plasmaron su obra sobre tres automóviles, sometidos al ojo público a través de la página de Internet cyad.com, de la Unidad Azcapotzalco, de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM-A).

El resultado de El Sentido de la vida es un colorido trabajo pictórico, que permanecerá en exhibición hasta el 5 de abril en la Galería del Tiempo de la UAM-A. Los temas de los carros reflejan tres preocupaciones distintas: la ecología, la tecnología y la espiritualidad en el arte.

Una vez concluido el reality show pictórico, después de cumplir con tan arduo reto técnico y de creación, los alumnos y el artista se mostraron satisfechos al lograr el cometido en tiempo récord. El auto tecnológico es gris plata y lleva detalladas ilustraciones hechas con grafitos y lápices de color. Dibujos que atienden a la fusión del hombre y las máquinas, alegoría de la reunión del proceso creativo de intervenir un auto ilustrado de manera manual y la tecnología del propio diseño del automóvil.

Asimismo, los once participantes son  alumnos de la Maestría en Diseño Gráfico e Ilustración, del Centro Universitario de Mercadotecnia y Publicidad (CUMP), que coordina Vielma. Sobre la selección del lugar, Vielma dijo que escogió la UAM-A porque ha formado parte de ella como estudiante, catedrático e incluso director de carrera, desde los 17 años de edad, razón por la cual desea pagar a su casa de estudios un poco de lo recibido. “Los mejores seres humanos comienzan retribuyendo su educación con frutos”, sentenció.

En la rueda de prensa previa al suceso, celebrada el día 8 de marzo, Vielma explicó: “El arte de la pintura es una actividad personal, hacerlo de manera poco privada implica un reto complejo, más aún si tienen un tiempo límite y lo hacen sin dormir, pero lo más complejo será compartir el mismo lienzo”.

Como si esto fuera poco, los artistas no podrían pintar a su total albedrío: cada auto tenía asignada ya una temática secreta que sería revelada hasta el inicio del show, «no sabrán qué pintar hasta que estén ahí, de ese modo no podrán llevar bocetos y tendrán que reaccionar al momento, según su sentir».

Vielma declaró en ese momento que el motivo de esta regla era para que los artistas se dejaran llevar por su instinto en lugar de planear y prepararse: “Quiero que dejen de pensar y empiecen a sentir. Los ilustradores pintamos siempre siguiendo un texto. Aquí les voy a cambiar la jugada. El reto es tocar las fibras más sensibles”. El tiempo extremadamente limitado contribuyó a esa idea, pues el artista debería actuar con rapidez si quería ver terminada su obra.

A esto se sumó que los artistas sólo tuvieron únicamente 40 minutos de descanso durante todo el desafío, los cuales pudieron administrar a su entera libertad, y se entiende que una vez dentro de la Galería estarían encerrados con sus compañeros, excepto para ir al baño.

“Todos son alumnos con promedio de 10 y fueron escogidos por la calidad de su trabajo”, agregó el pintor. Cuando se le cuestionó el porqué 11 y no 10 participantes, dijo con entusiasmo: “Originalmente elegí a 10 alumnos cursando conmigo, pero luego me acordé de uno que ya egresó que también es buenísimo y lo agregué de último momento”.car6

Los miembros de El Sentido de la vida conforman un grupo heterogéneo cuyas edades oscilan entre los 24 y los 26 años. Todos, no obstante, se mostraron emocionados pero nerviosos por el gran reto en el que participarían. Algunos consideraron que su obra debe permanecer individualizada, otros consideran mejor trabajar en equipo pero en algo coinciden todos: la dinámica de convivencia a la que sería sometidos.

El autor dejó muy en claro que su intención es la mera expresión artística y no la competencia ni la remuneración económica. Por ello es que el reality no se transmitirá en grandes cadenas (lo cual dificultó conseguir patrocinador; finalmente fue SEAT quien prestó los tres automóviles). “Su premio es participar en un proyecto así, el placer de retribuirle algo a su universidad y la difusión de su trabajo cuando los autos dejen la institución.”

Al respecto, explicó que una vez finalizada la exposición de los autos, estos serán conducidos en diversas ciudades del mundo como parte de la publicidad del modelo (el cual, a decir de Vielma, no ha sido lanzado en México todavía) y, finalmente, puede que sean vendidos.

Por último, al preguntársele si hay un motivo particular por el cual los tres autos son de color rojo, simplemente bromeó: “A caballo regalado no se le ven los dientes”.

El Sentido de la vida, de Jaime Vielma, permanecerá en exhibición hasta el 5 de abril en la Galería del Tiempo de la UAM-A (Avenida San Pablo 180, Colonia Reynosa Tamaulipas, Delegación Azcapotzalco, México DF.).