//
archives

Archivos para

Crónica de una decepción

Por Augusto Chavira

Ojalá pase algo que te borre de pronto... Al dictado de Silvio me transportaba a la Habana, trataba de buscar un alma en particular entre el gentío, aunque más amables y alegres al que acaba de toparme al bajar de Guerrero y trasbordar a mi línea. Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones

Al abrir las puertas de mi transporte me despoje de mis cascos e intenté llevar a cabo mi misión. Aprender a escuchar, empresa casi posible. Rodeado de muchos seres apagados traté de encenderme yo, lamento adelantarte querido lector que no fue suficiente. Entró la primera llamada, un estruendoso pitido que me acompañó estación a estación, taladrando mi viaje al Caribe, regresándome al juego. Miré alrededor, un hombre alto de camisa blanca y lentes me miraba atónito, habrá sido mi cara de torpe distraído una vez más. A mi derecha un grupo de tres personas, hablaban de una reunión y lo primero que atrapó mi oído, “yo pensaba en dejarte con la gordita, pero dije: ¡Uy!, es mucho para este cabrón, me le aplica una llave y ya valió verga.” Quizá, pensé en voz alta o mi sonrisa fue larga, pues la persona que me daba la espalda me miró con duda. Sí, la misma de quien alejaron de “la gordita”. “Ay, Ángeles, ¿cómo iba a defenderte? Si ya te has besado con todas de la oficina y ni modo de decir algo. Cuando preguntaron con quién no, yo fui la única que levanto la mano.” Prosiguieron evocando las conversaciones de la fiesta. “Entonces le dije a Angie, oye, ¿y cuándo perdiste tu virginidad? Eso que te importa, no mames”. Parece que Angie no era tan amena a esos temas como el trío que me acompañaba en mi camino. Ahora el turno de “Feri, wey, y cuándo la perdiste tú, Feri, no me digas que fue en la secundaria o un pedo así”. Cuando comenzaba a hastiarme de ellos me disparó directo a la cabeza una palabra. Género. Me distrajo de mi diligencia cuando recordé como la semana pasada había descubierto que, tristemente para las mujeres los hombres somos un monstruo violador o asesino en potencia. Volvía la tristeza que sentí por mi especie ese día.

Metro. Foto: Augusto Chavira

Ya basta. Busqué distraerme y alejar la mirada de mis oídos de esa conversación. Me focalicé en el bolígrafo rojo que llevaba mi compañero de enfrente, aquél de la camisa blanca. Pestilencia de olor humano, muchos sonidos y ninguno claro, el rugir del viento que atravesaba las ventanas del metro andante, la incomodidad de la gente, yo. Mis adentros no dejaban de hablarme, mi empleo, la escuela, mi sueño, la nostalgia. “No te distraigas. Oye, imbécil, tus adentros somos quienes te distraemos”. Autocontrol colega, autocontrol.

Levanté los ojos por el pitido una vez más, deseaba que algo bueno sucediera. ¿Será mucho pedir que alguien me insulte y comencemos una pelea? Llegaba a San Lázaro, y mientras, yo me relajaba pensando que ya pronto podría bajarme de la bestia naranja. Subió una pareja que se mostraba un tanto alegre hasta que uno dijo: “Dime, te prometo que no me voy a molestar”. ¿Dónde habrás escuchado eso Augusto? Ella insistía: “No, te vas a enojar y me vas a regañar, no quiero. Bueno, solo prométeme que no te vas a enojar”. Acto siguiente, el hombre estiró su meñique en señal de fe. Ansioso por enterarme del pecado venial otra vez, como señal de muerte en una sala de urgencias, ese maldito sonido del Metro. Al no poder ser parte de esa coyuntura alejé mi vista a otra parte, ya no me servían de nada.

Ya no quedaba más chance. A unas estaciones por llegar volteé hacia la ventana, en eso la vi pasar. Era Marge una vieja amiga que se embonaba perfecto a la historia previa de mis pensamientos, grité: “¡Marge!”, pero no hubo respuesta. Cuando las puertas se cerraron y la bestia naranja avanzó la miré detenida en las escaleras, observando hacia donde yo me encontraba. ¿Habrá escuchado? Ya no importaba, yo iba camino al destino. Bajé en el lugar deseado, saqué un cigarrillo mientras subía las escaleras, me puse los cascos una vez más y ahí seguías. Ojalá que la aurora no de gritos que caigan en mi espalda, ojalá que tu nombre se le olvide a esa voz… Me hallaba una vez más en la isla, deseando que no fuese aquella voz la que te olvide sino la mía.

Recoído por el Metro de la CDMX

Por Verónica Méndez Jiménez

Estación San Cosme, Línea 2, dirección Taxqueña. Entró al Metro de la Ciudad de México; sólo se escuchan pisadas, uno tras otro van bajando los pasajeros por las escaleras de mármol gris, sin poner más atención de la debida, conocedores de su camino, de una manera casi automática cruzan por los torniquetes de entrada.

Trato de entender lo que dicen, pero me es imposible, suena literalmente como un zumbido, ¡complicado escucharlo! Las palabras se tornan inaudibles.

Reviso si entre mis pertenencias traigo un boleto y, por fortuna, encuentro uno. Me alegra porque la fila para comprarlos es algo extensa. Con un costo de cinco pesos por viaje, actualmente es difícil que los pasajeros puedan comprar como en años anteriores, 10, 20 o más boletos. Ahora, si tienen suerte, completarán para comprar cinco. Aunque la mayoría se limita a pedir escasamente dos o tres.

Los más osados, compraran tarjetas multimodales electrónicas que lo mismo sirven para el Metro, Metrobús o Tren Ligero. ¡Claro, recargando la respectiva cantidad para cada medio de transporte!

Entro con cuidado, y reviso mi boleto, no sea que vaya a ponerlo doble. Así que deslizo mis dedos sobre el cartoncillo para cerciorarme de que sólo dejaré uno. ¿Han visto que últimamente, todos traen un mensaje?: “Valoremos a las personas migrantes”; “Centenario 1917-2017 Constitución”, Aniversario de x cosa. Siempre están recordando alguna efeméride, que los 100 años de no sé quién, que los 85 del otro, etc. No falta evento para conmemorar.

De pronto, el sonido de los trenes que están llegando acapara la atención de todos. Es muy fuerte, silban sin ninguna consideración, no me había percatado antes de que hicieran tanto ruido, quizá porque mi deseo de verlos llegar fuera mayor a mi molestia de escucharlos. Pero, en realidad, es un sonido como de un auténtico tren con todo y su silbato, como los de antes, esos de vapor que vemos en los libros de historia.

Me apresuro y alcanzo a subir; como siempre, ¡va lleno de gente! Ni pensar en sentarme, máxime que bajaré en dos estaciones. El espacio es mínimo y las conversaciones comienzan a aflorar. ¡No voy a mentir, no recuerdo lo que escuche! Sólo eran frases aisladas, sin mayor sentido para mí.

Llegamos a la siguiente estación: Revolución.

Nadie baja, y muchos suben. Comienzan a empujarnos y no soporto más: “Señora, le digo a una mujer mayor que entra a empujones con su hija, ¡ya no cabe!”

Y me responde altanera: “¡Sin tu bolsa, claro que entro!”

Su comentario me da risa, no se puede viajar de otra manera en ese medio de transporte que con humor. De lo contrario, ¡uno terminaría volviéndose loco!

Comienzo a reír y le contesto: “Bien, ¿sólo dígame en qué estación quiere que yo baje mis cosas para que usted pueda entrar?”

La hija, ya mayor también, al percatarse de los hechos, se limita a decir apenada: “¡Ya mamá! ¡Ya! ¡Por favor, por favor, no más!”

Suerte que llega mi estación de bajada: Hidalgo.

Salgo apresurada y tomo el transborde para Indios Verdes. Una de las estaciones más saturadas a cualquier hora del día. Son miles de personas las que desde las cinco de la mañana y hasta la medianoche utilizan esa línea para transportarse.

No espero más, subo al vagón y conmigo suben dos vendedoras:

“¡Sí mire, se va a llevar la paleta de Nestlé, lleve el rico y delicioso helado de chocolate!”

Tiene suerte, vende cuatro paletas rápidamente, y comienza la otra:

“¡O sí lo prefiere se va a llevar la liga para el pelo, de diferentes tamaños y colores! Lleve la liga para el adorno de peinados.” Nadie le compra.

Metro lleno. Foto: Noticias Terra.com

Fijó mi atención en una chica morena de pelo largo rizado, que se encuentra sentada y, al parecer va durmiendo. Trae puestos unos audífonos grandes de color azul turquesa; ajena a todo el sonido del metro, se aísla con sus música. Debe ser un sonido bueno porque de repente sus audífonos comienzan a prender lucecitas de colores: rojo, azul, amarillo. Comienzan a girar los puntitos. Me pierdo en sus movimientos y me parece estar en una discoteca.

De pronto, otra mujer llama por teléfono: “¡Sí (le dice a su interlocutor), te llamo para ver si veo lo de la Esperanza!”

Sonrío, y mi vista encuentra otra mujer sentada, de pelo corto, y mechones rubios, bien arreglada y maquillada. Observo su ropa y encuentro su brazo, me llevo una sorpresa: ¡la mujer no tiene mano! Le falta la derecha. Me asombro aún más, su mano izquierda está perfectamente arreglada. Lleva uñas postizas y en cada dedo ha puesto una florecita de diferente color. ¡Qué extraño, una persona que no tiene una mano, se preocupa por tener tan bien cuidada la otra! ¿O será que precisamente por no tenerla, valora demasiado la que tiene?

Mis pensamientos son interrumpidos por otra vendedora, de baja estatura y con algo de sobrepeso: “¡Sí, mire usted, se va a llevar un libro recomendado por los psicólogos, lleve usted el libro de los mantras para el estresss y la relajación, lleve usted el libro de los maaantras!”

Una pelirroja auxiliada por los tintes, de aproximadamente unos 56 años, se interesa en el libro y pide uno. La vendedora le muestra varios, son diferentes y puede elegir entre los modelos que lleva.

Entra otra vendedora acompañada con un niño. No recuerdo lo que vendía, pero el niño ofrecía audífonos: “¡Si lo prefiere lleve el audífono marca aiifon!”

Estoy por llegar a Indios Verdes, muchos vendedores y demasiada gente.

Fin del recorrido. Bajo rápidamente del vagón y más vendedores en los pasillos; me dirijo a las escaleras de salida y se pierden sus voces gritando: “¡Mangos, duraznos, queso, tlacoyos, aguacates!” “¡Lleve su tarjeta de praiiis shuuuuus, para que no compre a precio más caro!” “¡Cambie su chip de compañía telefónica!”

Salgo al fin y, creo que no escucharé más ruidos. ¡Qué equivocada!

Me recibe el llanto de un bebé a todo pulmón; se encuentra desesperado. Su padre trata de calmarlo y lo cobija. Pero, él está hambriento, cansado, con sueño y molesto. Es inevitable verlo Es muy diminuto, pero tienen un melenón impresionante, ¡hasta parece Elvis Presley de tan copetudo! Me da risa; ¡un Elvis bebé, pero éste no canta; llora!

Las palabras de una mujer que viene detrás de mí resuenan en mi oído: “¡Ay, pobrecito, tan indefenso, tan chiquitito! ¡Pobre bebecito! ¿A poco no?”

“¡Ya, ten tu nariz…!”

Por Aurora Rocha

La parte más difícil no fue cerrar los ojos, sino separarme de los audífonos que me ayudan siempre a ignorar todo lo que me rodea diariamente en el Metro.

Me siento en medio para poder escuchar lo más posible y de lo primero que me doy cuenta al darle todo el poder a mis oídos, es que hay dos niños cerca, uno enfrente y otro a un lado. Después, me arrepentiría. El sonido del aire acondicionado es peor de lo habitual, pareciera que hay miles de piedritas golpeando unas con otras, un ruido que, si bien no era nada agradable, me acompañó durante todo el camino.

Lo que parecía un bebé comenzó a llorar llamando mi atención, pero fue cosa de un minuto. El verdadero problema fue el niño a mi lado que, supongo, era un poco más grande. Primero fue un leve grito, como si quisiera que su mamá le hiciera caso, después fue una serie de berridos que lograron que frunciera el ceño. Entonces, su papá intentó distraerlo “tengo tu nariz”, qué extraño, hacía mucho que no escuchaba esa expresión para jugar con un niño. “Tengo tu naricita, mira”. Así, el genio que creí era su papá, empeoró la cosa.

Cuando el pequeño malcriado agotó el aire en sus pulmones con algo que me pareció un aullido, el hombre decidió devolverle lo que le había robado, “ya, ten tu nariz, ahí está”.

Niño vendiendo. Foto: El Universal.com

Teniendo suficiente de ese lado, intenté explorar por otro. Distinguí el ya conocido sonido que nos avisa que las puertas del tren están por cerrarse, el choque de éstas y otro en particular que surgió al detenernos.

Cuando el vagón del Metro liberó presión, lo relacioné con un suspiro, como si él estuviera tan cansado al igual que los usuarios a bordo. Entonces, un hombre me distrajo de aquél pensamiento. “Oye, te hablo para preguntarte si en tu escuela ya fueron a promocionar una conferencia que va a haber”, dijo una voz joven, “¿no han ido?”, “sí, es en Huatulco”. ¡Ay, Huatulco!, me transporté de inmediato al cálido clima de esta región, me imaginé bajo el sol disfrutando mientras el sonido de las olas me invadía, de pronto, el niño poseído gritó de nuevo.

Ahora parecía tener comida en la boca y muchas ganas de arruinar mis oídos. “Vamos con tu tía Paula, ¿quieres ir?”, dijo la mujer que supuse era su madre, mientras yo contenía las ganas de abrir los ojos y contemplar a la criatura que se había ganado mi odio. “¡Ya cálmate!”, al fin reaccionó la señora ya harta.

El ruido se alejaba y yo agradecí su descenso. Alguien muy silencioso ocupó el asiento vacío y yo percibí algo muy familiar. “Señores usuarios, les traigo a la venta, audífonos de la marca Samsung…”, aburrido y repetitivo, lo dejé pasar. A lo lejos, logré escuchar a una chica decir: “eso es a lo que le llamo ser envidioso”, pero supongo que se bajó porque no hubo más. Así fue como dejé de prestar atención y terminé fallando. El sueño se apoderó de mí y me quedé dormida las últimas tres estaciones.

Lo visto por los oídos

Por Carlos Ortiz

Son las 8 de la mañana y un frío seco impacta mi cuerpo. Han pasado 30 minutos desde que permanezco sentado en una monótona banca metálica del parque María Luisa con los ojos cerrados. ¿Que qué hago aquí? Vine en búsqueda de una experiencia; intento ver por los oídos. Usted, con acertada razón, se preguntará si lo que estoy buscando es posible; confieso que no puedo aseverar con un rotundo sí que dicha acción sea posible, o al menos no en el sentido literal de la frase. Lo que sí puedo decir es que uno termina completamente sorprendido cuando invierte las jerarquías sensoriales y, al tiempo que se subleva a la mirada, consagra al oído como principalísima vía para apropiarse del exterior.

He conocido el parque María Luisa a través de los oídos. Sentado allí como dije en una fría banca verde, de esas que abundan en casi todos los parques de la Ciudad de México, me dediqué a cerrar los ojos y a intentar conocer este peculiar parque que, de manera cotidiana, siempre había ignorado.

Todo es oscuro y de repente un trinar. ¡Pum! Aparece la primera imagen: un pájaro; otro trinar, dos pájaros, tres pájaros, cuatro, cinco… hay decenas, ¡no!, centenares de pájaros habitan este parque. Luego, casi enseguida, se escucha el trote de un cuadrúpedo, quizás un perro ¿o serán dos? Se escuchan cerca, me da la impresión que vienen hacia mí, que soy su objetivo, pero más tardo en pensar esto que en lo que el sonido de sus patas se desvanece en el aire. Ahora, con el fresco viento dándome en la cara, percibo otro sonido: cientos de hojas de árbol cayendo e inundando el piso. Enseguida las hojas truenan, alguien las pisa con ritmo constante; parece ser un corredor ejercitándose que, a juzgar por la manera tan tope y forzada con que respira, evidencia agotamiento. Más pájaros, más pisadas de perro, más hojas, más ejercicio y de repente…. Uno, dos, tres, cuatro, cinco… abro los ojos y me doy cuenta que en la parte más lejana del parque un grupo de adultos mayores se ejercita.

Ahora observo detenidamente el parque. No alcanzo más que a contar unos 15 pájaros en los árboles, no hay más que unas pocas hojas de árbol en el piso y, lejos de haber perros al trote, sólo se encuentran sus mierdas desperdigadas en el suelo.

He conocido al María Luisa de dos maneras distintas y lo que sí puedo decir es que la experiencia de ver por los oídos resulta fastidiosamente sorprendente por la simple razón de que la mirada, reclamado su hegemonía sensorial, se encarga de joder lo visto por los oídos.

“La sensatez está siempre en manos de las mujeres”: Xavier Velasco

Por Verónica Méndez Jiménez

“No me importa si la gente vivió en esa época o no. ¡Me importa un pepino! Los ochentas son muy puros, ingenuos. Para mí, los 80´s duraron 12 años, le añadí dos”, afirma emocionado y sonriente el escritor Xavier Velasco, durante la presentación de su nuevo libro: Los años sabandijas, publicado por Grupo Planeta, en la pasada Feria del Libro del Palacio de Minería.

Llega más de 30 minutos tarde… con su look relajado, pantalón negro y camisa de lino blanca suelta, haciendo juego con su pelo alborotado. Una chica corre hasta la mesa de libros dispuesta para la venta dentro del Salón de Actos programado para el autor.

Xavier Velasco. Foto: Milenio Diario

—¡Dame un libro!, le dice al vendedor. Éste, contrariado y sin entender, la mira asombrado.

—¡Dame un libro!, insiste la muchacha.

El vendedor por la prisa, más que por la razón, extiende un libro y ella, al tiempo que lo recibe, rápidamente rompe la envoltura y lo saca. Es para el autor, Xavier Velasco, quien apenado por su tardanza, y haciendo responsable al tráfico de la ciudad, comienza la lectura de su libro en una hoja que abre al azar.

“Son los años 80’s. Donde hay filas de dos cuadras y media para hacer cola en el McDonalds del Pedregal. Donde llega MTV y nuestros ídolos se comienzan a mover a través de los videos”.

“Me pidieron una crónica, ¿pero yo para qué escribo una crónica? Me di cuenta de que si era histórica, tenía que sumergirme en periódicos. ¡No, dije, yo soy novelista, no puedo hacer eso! Se me ocurrió ponerle ochenteada.

“Lo que quiero hacer es contar la historia de un par de malandros que quieren ir a un concierto de Sting con dinero robado y, ¡van!, señala enfático el escritor. ¡Ahí empieza la historia!, añade risueño.

Lejos de él, están aquellas presentaciones de tres o cuatro panelistas que solían acompañar a los autores cada vez que presentaban un libro. Xavier Velasco no necesita esas prácticas antiguas. Él sube solo y presenta su libro sin mayor ornamento. Aunque debemos señalar que tiene una pésima dicción. ¡No se le entiende casi nada! Y agitado como se encontraba por la tardanza, la situación empeoró. Sin embargo, ajeno a cualquier crítica, Xavier continúa narrado.

“Tengo un rato de no escribir. Uno se mete en la historia y, ¡la vida real ya no le importa! Soy muy celoso cuando estoy escribiendo. Siempre he sido un tipo solitario, pero ahora no me molesta que mi mujer baje y me dé un beso en la mejilla. La presencia de una mujer en mi vida me ha hecho más disciplinado. Este libro significa poner a prueba lo que quiero. De que no tengo que vivir como rata amargada”.

En efecto, Xavier Velasco está enamorado y continuamente señala la imagen femenina como parte fundamental en la vida. Por eso, hace uso de varios personajes de mujeres que en esta ocasión utilizan las cartas para expresarse a través de su obra.

“Paso mucho, mucho tiempo, poniéndoles nombre a mis personajes y, ¡lo disfruto mucho!”, confirma. Sin embargo, no todo es simple en la vida de este hombre; prueba de ello es la anécdota que relata a continuación:

“Un día, el director de cine Carlos Reygadas (creador de Japón, Luz Silenciosa y Post Tenebras Lux), me llamó y me propuso actuar en una de sus películas. ¡Me quería de protagonista!”, confiesa entusiasmado.

“Yo siempre he creído que un escritor debe ser un tipo intrépido, aventurero, así que acepté. Lo primero que me preguntó fue: ¿Sabes montar a caballo? ¿Ordeñar vacas? ¿Ensillar caballos? Y de pronto, me empieza a llenar de deberes –aquí entre nos–, estaba produciendo menos (en la novela que escribía). Nos fuimos a grabar a Tlaxcala. Repetía y repetía las escenas cabalgando bajo la lluvia 17 veces; otra escena la grabamos 24 veces y yo sólo decía: Soy un fraude, esto no es cierto; ¡ya valió madres! Me di cuenta que ahí no me reía. Pensaba, este güey quiere que sea actor. Vuelvo a la Ciudad de México con un gripón y digo: ¡No quiero regresar!”

Y su deseo se torna realidad. El director, al ver su falta de compromiso, cortésmente le quita el protagónico y lo devuelve a lo que él mismo reconoce, es su misión en la vida: escribir.

“En todos los descansos de las grabaciones –comparte gustoso–, corría a refugiarme a escribir. ¡Yo –asegura convencido–, lo engañaba con mi novela! Lo único que realmente me posee es la historia: ¡Los años sabandijas!”

Transcurren casi 50 minutos entre anécdotas y risas hasta que llega a una de sus mejores conclusiones: “La sensatez está siempre en manos de las mujeres. El hombre caza y lucha. La mujer intriga y sueña”.

Velasco en una lectura de su novela. Foto: Revista Literaria Monolito

Se gana inmediatamente la aceptación del público y el recinto se llena de aplausos.

Está por concluir el evento y trato de obtener algunas declaraciones exclusivas.

—¿Es usted el escritor de moda?

—“No, yo no quiero ser el escritor de moda. Con ser escritor es más que suficiente”, señala entre risas.

—¿Pero, cuál es el éxito de sus libros? Antes no era así. ¿A qué se debe toda esta fama; antes no la tenía y ahora sí? ¿Qué es lo que quiere decirle a la gente?

—No sé…, –responde pensativo (se lleva las manos a la cabeza y entrelaza los dedos en su pelo) . No sé…, –continúa pensando–. ¡Sabes qué, ahorita no te puedo responder! Me duele mucho la cabeza y te voy a decir puras tonterías.

Lo miro y pienso: ¿Y acaso, no son puras tonterías lo que escribe?

Me siento decepcionada, me doy cuenta de que ese escritor, aunque tenga cifras de más de 250 mil copias vendidas del libro que le llevó a ganar el Premio Alfaguara de Novela en 2003, con su Diablo guardián, no es un hombre muy culto.

Y me pregunto: ¿A caso no se estudia para ser escritor? ¿Ya cualquiera puede escribir un libro? ¿Qué pasa con la literatura? ¿Ahora a la gente le gustan textos simples, triviales y si añado tontos, ya estoy yéndome del lado del prejuicio? ¿Cuál es el verdadero valor de las letras? ¿Qué derecho tengo yo de escribir unas notas sobre este autor y despedazarlo?

“El compromiso de salvaguardar las lenguas indígenas es, también, de la comunidad”: Juan Gregorio Regino

Por: David Hernández Meza

“La obligación y el compromiso de salvaguardar o de proteger o desarrollar las lenguas indígenas no es solamente de la escuela, es también de la comunidad, son también los padres de familia los responsables de esto”, señaló el poeta y traductor bilingüe Juan Gregorio Regino, en el marco de la conmemoración del Día Internacional de la Lengua Materna, que se celebró los días 21 y 22 de febrero en el Colegio Nacional.

Actual director del Instituto Nacional de las Lenguas Indígenas (INALI), conversamos brevemente con Juan Grego

Juan Gregorio Regino, director del INALI. Foto: www.gob.mx/cultura

Juan Gregorio Regino, director del INALI. Foto: http://www.gob.mx/cultura

rio Regino, también miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

—¿Qué impacto ha tenido la traducción de la Constitución a las lenguas indígenas?

—Yo creo que todavía no estamos en posibilidades de medir el impacto que tiene porque esto apenas acaba de salir. Y vamos a darle el seguimiento correspondiente. Pero me parece que en un lapso de seis meses, calculo ahorita, que podemos estar presentando resultados.

—En materia educativa sin duda hace falta un sistema bilingüe que incorpore a las comunidades indígenas, ¿esto está contemplado para el sistema educativo a nivel nacional?

—Es un asunto que tiene la Secretaría de Educación Pública y efectivamente existe un sistema de educación indígena incorporado al sistema educativo nacional, en donde la educación allí es bilingüe, donde los maestros son bilingües, donde existen materiales en lenguas indígenas para la enseñanza de estas lenguas y hay un esfuerzo muy importante a nivel institucional. Yo creo que habría que retomar lo que dices, a ver cómo las comunidades se incorporan en este proceso, porque es importante –si estamos hablando de sus lenguas– ver cómo también ellos desde la casa, como desde la familia, como desde los padres están ayudando a que la educación que se imparte en la escuela bilingüe también pueda ser reforzada, es decir, la obligación y el compromiso de salvaguardar o de proteger o desarrollar las lenguas indígenas no es solamente de la escuela, es también de la comunidad, son también los padres de familia los responsables de esto.

—Hace un momento usted señalaba en su intervención que tendemos a aplicar políticas proteccionistas, ¿cómo podemos empoderar a las comunidades indígenas para que sean ellas quienes asuman la defensa de su propia cultura?

—Acercándonos a reconocer cómo lo han hecho. Estamos hablando de más de 500 años de colonización y han sabido preservar la lengua. El asunto es que las experiencias comunitarias de repente pasan desapercibidas, no las estamos considerando, no se están incorporando como parte de las tareas de las instituciones, como parte de la tarea de la escuela y eso creo que nos priva de todo un conocimiento y de toda una serie de estrategias que en las propias comunidades se han venido desarrollando, es decir, de verdad creo que no tendríamos que estar enseñándoles a las comunidades cómo hacerlo, tenemos que aprender de ellas cómo lo han hecho durante más de 500 años.

—¿Cómo trabaja el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas en la articulación de políticas para estas comunidades?

—Acompañando. Asesorando. Construyendo con ellas las estrategias, los instrumentos que permiten hacer viables sus propios proyectos. Y obviamente tratando de, como institución, hacer convenios, de generar colaboraciones con todas las instituciones de gobierno para que efectivamente se pueda dar respuesta a lo que están planteando las comunidades, a lo que están definiendo, digamos, como sus propias políticas.

—Cambiando de tema, ¿por qué la literatura en lengua indígena no ha tenido la misma difusión que la literatura en español? ¿Cuál es el obstáculo a vencer?

—Yo creo que hay cierto temor de las editoriales; privadas sobre todo; desconocen lo que se está creando y obviamente al desconocerlo no saben lo que se está generando. Allí, además de crear literatura –digo contemporánea porque me estás hablando de lo que hoy está en libros– allí también hay otro renglón. Cuando hablo de literatura no hablo solamente de eso, a mí me interesa mucho la literatura que está de manera oral en las comunidades. Esa todavía tiene un valor muy importante en el aspecto estético, sin embargo, no ha trascendido, y allí también hay que verlo con mucho cuidado porque cumple funciones comunitarias. Toda la literatura cumple funciones. Y allí tiene muy bien definido, en las comunidades, cuál es su función; porque éstas deciden qué de eso quieren difundir y qué no. Eso es algo que también se tiene que respetar.  Y, en relación a lo más contemporáneo, yo creo que las instituciones han estado abiertas a difundir la literatura indígena; han estado muchos creadores en diferentes circuitos, ferias de libros, festivales, poniendo a las literaturas indígenas. Es un proceso gradual, que poco a poco se está extendiendo y, espero, que la industria editorial privada apueste por esta producción que se están dando hoy en día.

—Recientemente se anunció que cerraba la página Web en español de la Casa Blanca, ¿qué opina al respecto?

—Sin duda se están allí violando derechos humanos, se están violando también derechos internacionales. Creo que en el Tratado de Libre Comercio un renglón que debió insertarse es la cuestión de la política lingüística. En ese tipo de tratados, el tema de las lenguas, el tema de las culturas tiene que estar presente. Entonces siento que sí se debe revisar el Tratado de Libre Comercio para que no sea solamente un tratado comercial sino que incluya cuestiones de lengua y cultura. Pero obviamente no es un buen mensaje. Estamos hablando de una política cultural que el neoliberalismo ha impulsado, que es la estandarización, la homogenización de la cultura y eso es bastante riesgoso que le ocurra también a una lengua que tiene una vitalidad estupenda como es el español, que es una de las lenguas internacionales más importantes hoy día.

“Realmente no espero que vean lo que quise pintar”: Carlos J.G. Guarneros

Por Alejandro Pardo

“Hacer un discurso sobre lo que yo pinto sería como una tomadura de pelo porque a fin de cuentas yo improviso, no sé lo que voy a pintar, no hago un plan previo, empiezo a pintar y a producir imágenes, conforme van quedando huequitos le voy metiendo y entonces en determinado momento si al espectador le parece algo, es algo como de libre asociación pero realmente yo no espero que vean lo que quise pintar, porque es lo más curioso, viendo una obra mía de una persona a otra me dicen que ven cosas completamente diferentes y eso a mí es lo que más me gusta de mi obra; el sello distintivo es que es improvisado”, dijo el pintor Carlos J.G. Guarneros, en una pequeña platica que sostuve con él hace unos días

Guarneros es relajado, tanto en la vida como en lo profesional. Es un hombre sencillo y parece llevar una vida modesta, llegó a la entrevista en bici y con muy buena actitud. Aunque afirma tener 51 años, aparenta muchos menos años vividos, pareciera como si se hubiera quedado detenido en algún punto de sus 30 años, justo en el equilibrio entre sabiduría y vitalidad.

Pintura de carlos J.G. Guarneros. Foto: Cortesía del artista

Pintura de Carlos J.G. Guarneros. Foto: Cortesía del artista

Sobre cómo empezó a pintar dijo que “desde que somos chavitos tenemos la inquietud de dibujar y/o representar gráficamente las cosas que vemos o nos llaman la atención, de hecho en la escuela nos impulsan mucho a dibujar pero conforme vamos creciendo dejamos de hacerlo”. Afirmó que  nunca ha dejado de ser chavito y nunca dejó el dibujo.

Carlos J.G. decidió dedicarse a la pintura pues de chico la gente le decía que era bueno dibujando, “eso me dio un chorro de ánimos para seguir adelante y en lo único que salía bien era en dibujo porque en todas las demás materias era bastante burro y por otro lado, mi papá era escritor, entonces era muy frecuente tener en la casa un ambiente bohemio, a él le gustaba mucho el cine, la literatura, la música, todas las facetas del arte”, comentó.

Al preguntarle sobre la concepción de lo bello y la evolución de la estética a lo largo de la historia, se lanzó a explícame que “el proceso del arte a través de la historia, tiene que ver mucho con la historia misma. Como prueba de ello durante la época medieval el arte se caracterizaba por ser muy rígido, plano y cuadrado, como si hubiese temor a la hora de crear; por otra parte desde la época de los romanos y durante la Grecia clásica ya se conocía un arte con más perspectiva y profundidad, aunque con la venida del oscurantismo tenemos todo lo contrario, las figuras vuelven a ser planas, hay perspectiva en los dibujos, hay mucha rigidez y temor a la hora de crear”.

Consideró que en la actualidad ya no tiene caso que representemos lo que vemos porque para eso está la fotografía y apunta que con la revolución industrial se dio también paso a una revolución artística, pues es entonces cuando se empieza a dar permiso de hablar de fantasmas, de jugar a ser dios, tan es así que fue entonces cuando surgieron algunas obras importantes como Frankenstein.

Al preguntarle su opinión sobre la realidad, Guarneros citó a Philip. K. Dick, diciendo que “la realidad es muy subjetiva, muy frágil y si te pones a analizar, todo el tiempo estamos viendo cosas muy absurdas que dices no, esto no puede ser realidad, a mí me da mucha risa, porque si esas cosas las tomamos por el lado serio te vuelves loco”.

Finalmente, hizo una analogía entre su obra y las manchas de Rorschach*: “En un momento determinado a la mejor un psicólogo podría determinar más o menos cuál es tu estado de ánimo, tú forma de ser, una serie de cosas porque realmente son libres, porque no tienen una intención formal, más que tu propio juicio acerca de lo que ves”. Por ello su obra es arte de libre asociación.

***

Pintura de Carlos J.G. Guarneros. Foto: Cortesía del artista

Pintura de Carlos J.G. Guarneros. Foto: Cortesía del artista

Nació en 1965 en la Ciudad de México, de padre cubano y madre mexicana. Tuvo influencia de su tío, el pintor cubano Felipe Orlando, desde temprana edad mostró una aptitud natural por el dibujo y la pintura, empezando a sobresalir en las materias de educación artística. Cursó estudios de Diseño Gráfico en la Universidad Autónoma Metropolitana, después también en “La Esmeralda”, del Instituto Nacional de Bellas Artes y también realizó estudios de Filosofía y Letras en FES Acatlán de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Su técnica combina de manera de manera ecléctica influencias tanto prehispánicas y tribales como geométricas y futuristas amalgamando un estilo único que ha desarrollado por su propia cuenta y en las que encontramos referencias a artistas que pueden ser prehistóricos, medievales o contemporáneos. Los materiales que emplea son de gran diversidad la mayor parte de las veces compuestos por cosas encontradas a la mano, pudiendo trabajar prácticamente con cualquier cosa y sobre cualquier superficie.

Desde el 2001 ha participado cada año y hasta la fecha en la exposición colectiva de socios que se realiza a principios de noviembre en el Centro Cultural Orfeo Catalá. En 2008 realizó una exposición individual en el Centro Cultural “Xavier Villaurrutia”, ubicado en la Glorieta de Los Insurgentes, donde expuso más de 60 obras. Tiene trabajos expuestos en España, Canadá, Cuba y Estados Unidos.

 

*Test psicológico que analiza las respuestas de una persona al mostrársele manchas de tinta.
Página Web: http://cgguarneros.wix.com/yo#!

 

 

“Quise contar mi experiencia en el movimiento del 68”: Alberto Pulido Aranda

Por Ariadna Julieta Rodríguez Díaz

“Sentí necesario contar mi experiencia esa noche del 2 de octubre, a mis 18 años pude ver cómo un soldado asesinaba cruelmente a una madre y a su niña frente a mis ojos, traté de hacerlo desde ese entonces, pero me encarcelaron en Santa Martha Acatitla y, por ser tan joven, eso me impidió levantar la voz”, comentó Alberto Pulido Aranda sobre la reedición de su libro A 40 años de 1968. La crónica de un año maravilloso.

El libro de Pulido Aranda se publicó hasta 1998, “una vez que concluí mis funciones en Prensa y Propaganda del Sindicato de Trabajadores de la UNAM, estuve allí en el periodo 1988-1991”, hubo una segunda edición en 2008 y, ahora que se acerca el aniversario número 50 del movimiento estudiantil del 68, el autor decidió relanzar su libro.

En una visita realizada al STUNAM, sindicato ubicado en Centeno 145 Colonia Granjas Esmeralda, pudimos entrevistar a Alberto Pulido Aranda, quien en su libro consigna que “en 1968  muchos extraviamos la inocencia y convertimos en realidad varios de nuestros sueños y múltiples aspiraciones”.

“Este breve libro ha sido integrado  para recordar a las nuevas generaciones que en los años 60, y de manera particular durante 1968, se vivieron gratificantes experiencias que involucraron a gran cantidad de jóvenes que se atrevieron a exigir un cambio. Situación que por la falta de respuestas claras de los adultos, desencadenó violentos choques generacionales, como nunca se habían vivido en el siglo 20”, abunda.

Encontramos al autor que ya peina canas y muestra sus más de 60 años en la forma de expresarse y sus movimientos corporales, de anteojos y bigote tupido, dijo que  “muchos años usé barba cerrada”. Ese día vestía camisa de manga corta verde a cuadros y un saco beige de pana. Tiene la voz fuerte y segura, más no grave, se expresa mejor moviendo manos y brazos.

A 40 años de 1968. La crónica de un año maravilloso. Foto: libroscomite68.blogspot.com

A 40 años de 1968. La crónica de un año maravilloso. Foto: libroscomite68.blogspot.com

La primera edición de su libro apareció en 1998, con el título A 30 años de 1968. La crónica de un año maravilloso. Ahora, platica entusiasmado, sobre la más reciente reedición del mismo publicada en 2008, donde realiza una actualización del texto original de la primera edición.

Explicó que el libro se divide en tres partes, iniciando con una cronología de hechos ocurridos en 1968, continuando con tres textos de su autoría: “París la Revolución de mayo de 1968”; “Un rector a la altura de sus tiempos” y “Cambio de actitudes. Un día 2 de octubre de 1968”, éste último dedicado a sus vivencias de esa noche en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, para finalizar con un recuento de la música y el rock, la cinematografía y la literatura de ese año.

La entrevista se llevó a cabo en una oficina abierta y bastante ventilada del STUNAM, escuchándose el vaivén del personal en una hora de la tarde bastante relajada, sin llamar demasiado la atención de los que pasan enfrente de la misma. El autor nos recibió sentado relajadamente en un sillón viejo que parece tener ahí toda la vida.

Pulido Aranda dijo que para esta nueva versión sólo actualizó la parte final del recuento de la música, la cinematografía y la literatura, considerando acontecimientos entre 2003 y 2007 vinculados a 1968 como, por ejemplo, la creación de Apple Records por los Beatles y su relación con la creación de Apple Computers por la Macintosh y Steve Jobs.

Aunque no es un libro que profundice en el tema como muchos otros que tratan sobre lo ocurrido en 1968 en México y otros países, se recomienda su lectura ya que el punto de vista del autor es valioso, sobre todo porque combina su experiencia personal con acontecimientos en ese año en varios ámbitos.

El futuro que sí llegó para Erick Meyenberg

Por Ileana Rojas

“Siento que siempre hay un momento específico para un libro en particular… Esa primera vez no era el momento y no fluyó, no es un libro sencillo. La segunda vez que lo intenté en este estado de reposo absoluto, fluyó como agua (ocho meses). Es toda una tarea, una decisión de vida casi. Desde que empecé la primer frase no lo pude soltar hasta terminarlo y, de hecho fue tal la angustia de haberlo terminado, que no podía leer nada más… Hasta que dije lo tengo que volver a leer. Después, para la segunda vez hice un pequeño ritual y dije: Voy a leer la última página el día de la inauguración de la exposición. Lo fui espaciando hasta poder llegar al 8 de diciembre y así cerrar el ciclo. Dejé a Proust luego de dos años”, dijo Erick Meyenberg sobre su lectura de En busca del tiempo perdido.

Cerrando un ciclo, es así como da inicio Un futuro anterior, exposición del artista multimedia Erick Meyenberg, que se exhibe de diciembre 2016 a marzo 2017, en el Laboratorio Arte Alameda (Doctor Mora 7, Centro Histórico, CDMX).

El artista multimedia Erick Meyenberg.

El artista multimedia Erick Meyenberg.

El recinto fue intervenido para montar múltiples instalaciones con video y sonido, haciéndolo una extensión de las memorias y la producción de obra del artista. Cada pieza en la exposición conforma un diálogo que envuelve al espectador en la obra que retrata un año de la vida de Meyenberg.

La impronta que la literatura, especialmente Proust, deja sobre esta exposición es innegable. Las once obras que la componen son momentos “proustianos” que hacen reminiscencia a la memoria de Meyenberg, sin dejar el lado íntimo del artista con el deseo de que el espectador se identifique y encuentre una reflexión propia entre el tiempo, memoria y la vida.

Es a través de las piezas que componen Un futuro anterior que el espectador queda expuesto a las relaciones entre historia y naturaleza y lo que resulta de ello con una reformulación del paisaje, la relación entre el tiempo y la vida, y la tensión entre la memoria y el cuerpo en el punto de desvanecimiento. El artista entreteje las piezas de toda la exposición con su última obra titulada “Mañana estaba aún más lejos”, un video sin edición que muestra consecutivas todas las fotografías tomadas por Meyenberg durante un año, mostrando al espectador un mapa de su obra. Todas esas fotos fueron un futuro anterior pero es por medio de la exposición que el futuro sí llegó a la vida de Meyenberg.