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La pulquera

Por Ely Artaud

Una marea roja se extiende hasta donde alcanza la vista. Cientos de techos improvisados de lona roja protegen del inclemente rayo del sol. Vendedores vociferando precios y halagos inundan el ambiente y se sobreponen al ruido de la avenida. Los olores se mezclan en excéntricas combinaciones que van más allá de lo concebible. El tianguis se impone al flujo diario de la ciudad y rompe el esquema severo del trabajo para dar paso a una fiesta. Nadie ahí parece trabajar, sobre todo una señora bajo una gran sombrilla arco iris. Está sentada sobre una silla plegable y se abanica con un trozo de cartón. Lleva lentes oscuros y un sombrero grande de paja. Se mueve al ritmo que marca la pequeña radio que cuelga de su cuello. Frente a ella hay seis barriles de madera con tapa de metal.  Pedimos un pulque y comenzamos la entrevista.

—¿Cómo se llama?

—A mí me dicen Remedios, porque soy la cura para todo mal —suelta una estrepitosa risa.

—¿Cuántos años lleva vendiendo pulque?

—Como 20 años, antes me dedicaba a hacer limpias en el Mercado de Sonora.

—¿Por qué dejó de hacer limpias?

—Me metí en problemas de los que no quiero hablar.

—¿Cómo empezó a vender pulque?

—Por mi padre santo, que en paz descanse —se persigna—, y el bueno para nada de mi esposo. Mi padre era de un pueblito de Hidalgo y desde niño bebía pulque. Su compadre se dedicaba a eso. Y pues cuando ya no podíamos estar en el Mercado de Sonora,  mi ex esposo le pidió pulque a mi padre para venderlo. Así termine yo vendiendo pulque.

—Desde que empezó a vender, ¿lo hizo en este mercado?

—No, cuando seguía con mi marido, teníamos una tiendita, ahí por Tlatlaya… Ese infeliz sigue ahí, pero nadie le vende el pulque por lo que me lo tiene que comprar a mí —vuelve a reír estrepitosamente. Si quieren seguir con la entrevista, tienen que comprar más pulque, que en esta vida nada es gratis —dice. Ándenle, prueben este curado de guayaba, que está re bueno.

Pulque en el Mercado de Tlacolula de Matamoros. Foto: www.yelp.com

Pulque en el Mercado de Tlacolula de Matamoros. Foto: http://www.yelp.com

—¿Qué trabajo le gusta más, vendedora de pulque o  hacer limpias?

—Ambos tienen lo suyo. Digo, en ambos podía tomar todo el día y nadie me decía nada. En el de las limpias, uno se la pasa escuchando puros problemas pero llega gente interesante. Como una vez que le hice la limpia a un empresario, era como gerente o algo así de una cervecera. De pago me dio un camión lleno de cerveza. Pero ahí también uno se gana enemistades. En el pulque no se hace tanto dinero como en las limpias pero es más relajado. Con lo que le vendo a mi ex y lo que hago en los mercados vivo bien. Puedo quedarme todo el día bebiendo pulque y, como soy la única que vende, pues ni anunciarme tengo —bebe de su bote de plástico. A veces extraño hacer las limpias. Por eso he pensado en poner un puestecito aquí al lado.

—¿Qué prefiere, el pulque solo o curado?

—Los curados, son más sabrosos. Son lo mejor de dos mundos, el pulque y las frutas.

—¿Cuál es el curado que más se le vende?

—El de ajo —ríe—, pues es el más barato. El de-a-jodido —vuelve a reír.

—Sé que existe la lectura de la palma de la mano, de los pájaros, de las hojas de té o de los granos de café, usted que ha estado en los dos mundos, ¿cree que se pueda hacer lectura de pulque?

—Alguna vez conocí a un viejo, ahí por San Luis Potosí, era un viejo rabo verde y charlatán. Él se había autonombrado chamán porque se la pasaba en el desierto consumiendo peyote y tomando mezcal, tequila, pulque, alcohol del 96 o lo que le alcanzara. En fin, el falso chamán se perdió como un mes en el desierto y la gente del pueblo creyó que no iba a regresar. Se rumoraba que se lo habían comido los coyotes. Pero un día, de la nada, regresó durante la mera fiesta del pueblo. Con la ropa rasgada y en la mano un pequeño peyote.

Según él había ido a un viaje de iluminación y después de consumir peyote y mezcal, una noche se le apareció Mayahuel, la diosa del pulque y le concedió poderes. Desde esa noche se la pasaba en las pulcatas, según que viendo el futuro de los hombres en el alacrán. Según, que me iba a enseñar, pero na’más se quería pasar de vivo.

Comienza a llover y como cucarachas cuando la luz es encendida, todos corren al resguardo. Entre la maraña de gente perdemos a la entrevistada. Nos vamos antes de quedar empapados.

La Bella Carolina

Por Karla Itzel Esperanza Cruz y Sergio López Ángeles

Después de una tediosa jornada escolar, las puertas de la pulquería La Bella Carolina nos recibe con sus diversos y coloridos curados. Para ser un martes cualquiera, La Bella luce concurrida por jóvenes, adultos y uno que otro enamorado que, acompañado por la voz de José José emitida por la Rockola, ahogaba sus penas con pulque, curado y cerveza.

La pulquería es antaña; las puertas son de vaivén, el toque característico de un lugar cantinero. Al entrar es notable el ambiente caliente y el aroma agridulce de los curados; del lado izquierdo está la barra en la que se exponen las bebidas, también hay un gran molcajete que contiene salsa verde recién preparada y las tortillas que son la base de la comida que se sirve. Hay alrededor de 15 mesas dispersas que lucen en contraste a la decoración rustica de las paredes y la tonalidad de todos aquellos que llegan a pasar el rato entre amigos.

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La Bella Carolina. Foto: yelp.com.mx

Alojados en la mesa esquinera del recinto, decidimos emprender nuestra aventura pulquera ordenando un curado de mamey, siendo el primer litro de tantos. Entre risas, charlas y juegos de baraja, nos acercamos al encargado de la barra, que sonriente y amigable nos pidió aguardar un momento porque estaba ocupado preparando los curados.

Ante nuestra eficaz espera, el momento llegó y la entrevista dio inicio con la presentación mutua y el alojo cálido del lugar: “Soy Ernesto Ríos, Ernesto sin H; es un gusto, muchachos”, dijo mientras tomaba asiento y se acomodaba el mandil. El señor Ríos anda por los 50 años de edad, ya un poco falto de cabello y es robusto; de su cuello cuelga una brillante cruz, de trato agradable, se muestra cordial y emocionado de poder compartirnos su vida como pulquero.

“Comencé en La Bella Carolina hace tres años, fue un 29 de julio de 2013 que me quedé como encargado del lugar. Conozco el ramo gracias a mi padre que trabajó con el pulque desde que yo era pequeño; él laboró aquí en la pulquería junto al dueño original, cuyo hijo es amigo mío desde la infancia. Antes de llegar aquí trabajé en El Mexicano, una pulquería que estaba cerca de Río Churubusco, pero que muy frecuentemente la clausuraban y por eso lo dejé. Después estaba en La Texana, que estaba en la calle de Centeno, ahí no iba mucha gente más que los fines de semana y por eso la cerraron. Ante todo esto decidí alejarme un rato del pulque, pero el dueño de aquí me pidió que me encargara de La Bella, yo acepté porque tengo historia aquí, yo estuve aquí con mi papá de chiquito, aquí aprendí todo lo que sé”.

Curado de mango con chile.

Curado de piña con chile.

Un niño se acerca a la mesa y saluda a Don Ernesto, le planta un beso en la mejilla y se fundan en un fuerte abrazo… “Él es mi nieto; el negocio lo controlamos mi esposa, mi hija, mi hermano y yo, así le damos un ambiente familiar a la pulquería. Aquí puede venir cualquiera a tomarse un curado o una cerveza a gusto. El pulque me lo traen de Hidalgo, yo aquí lo curo ya sea de guayaba, apio, piña o avena, que son los de cajón, ya dependiendo el día complemento con sabores como mamey, cacahuate, chocolate o piñón, la verdad es que el curado se puede hacer de muchísimos sabores”.

Frente a nuestra mesa se encuentra el cuadro de una mujer con un gran escote, posando en las orillas de un mar azul como el mismo cielo reflejado y ante nuestro asombro surgió la pregunta de que sí el nombre del recinto se debe a la resaltante femenina del cuadro… “Fíjense que no, el nombre de la pulquería lo tiene así desde que el abuelo de mi amigo compró el lugar hace 101 años. Todos me preguntan lo mismo, así que a la mujer del cuadro la bauticé como La Bella Carolina”.

Al lugar seguían arribando cuerpos carentes del Néctar de los Dioses. Don Ernesto tenía que volver a atender la barra, por lo que culminó la entrevista al decir: “A esta pulquería puede entrar cualquier persona que quiera disfrutar del ambiente y no buscar problemas, aquí se rompe la clase social, entra el hombre, la mujer, el trabajador, el trajeado, todos, absolutamente todos…”, culminó sonriente y con un fuerte apretón de manos que nos deja satisfechos del encuentro.