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“¡No se ofenda, es que se ve usted muy joven!”

Por Angélica Calderón

19:20 horas, marca el reloj de mi celular, estoy formada en la fila esperando para abordar el transporte colectivo que me llevará de regreso a casa después de una larga jornada de trabajo. La espera es breve, llega la “combi”, avanza la gente, no alcanzo lugar atrás y me toca ir hasta adelante, en medio del chofer y su ayudante, quien minutos antes decía a las personas: “súbale súbale, Hogares-Torres”.

Ambos son más jóvenes que yo, el chofer con el cabello corto peinado hacía arriba y notablemente endurecido por tanto gel, es delgado de unos 25 años aproximadamente, aprovecha en lo que “arranca” para darle un sorbo a su Coca-Cola de 600 mililitros, mientras el copiloto —regordete de unos 23 años, de cabello negro ensortijado, corto de los lados con una ligera coleta por detrás— se acaricia el ralo bigote, echando un vistazo al espejo lateral, le dice a su camarada: “¡Ya apúrate, güey! Antes que el de la Ruta 25 te gane el pasaje!”

Cierra de golpe la puerta trasera al jalar el cordón-jareta y en seguida enciende el motor de la camioneta. Avanzamos al ritmo de ¿por qué te vas, porque te vas? Se escucha entonces la risa socarrona del copiloto que advierte: “¡Písale, güey, ya se dio cuenta el de la 25 y ya se trepó a su camioneta para alcanzarte!”

Brincamos el tope que antecede a la avenida, entonces aprovecha el chofer para acelerar y cruzara a toda velocidad. La unidad que nos transporta es nueva, para mi sorpresa está bastante limpia, huele a Glade aroma manzana canela, en el parabrisas hay una caja de chicles Trident sabor menta, una franela roja y del espejo retrovisor cuelgan un rosario y un letrero con una frase grabada que sentencia: todo lo que se hace se paga.

La famosa marimba. Foto: nosotrosdiario.mx

La famosa marimba. Foto: nosotrosdiario.mx

Vamos hechos la mocha por Mario Colín, pero nos sorprende el semáforo justo en la esquina de Burguer King, el chofer frena de golpe y, por reflejo, rápidamente estiro los brazos para contener el golpe.

—¡Fíjate, güey, ya casi se pega la señora! —dice el copiloto.

—¡Perdón, señora, perdón! —se disculpa el conductor.

Atrás una señora reclama: “¡Oye, fíjate, ya no corras parece que vas por herencia, cabrón, ¿pa qué corres si ya vas lleno!”

El conductor no contesta, agacha la mirada y se acomoda una pulsera tejida roja que porta en la mano izquierda, alza la vista al escuchar el ronroneo de los motores de los demás coches, es tiempo de avanzar.

—¡No, de veras, discúlpeme señora! —repite el chofer con un tono en la voz sincero en apariencia.

—¡No hay cuidado! —me siento comprometida a responder con un tomo que deja entrever mi molestia.

—¡Mire, para que no se enoje, le regalo un chicle! —dice el chofer con un gesto infantil en la voz y el rostro. Me ofrece la caja de Trident, un tanto desconfiada tomo un chicle, él sonríe amable y me pregunta con familiaridad:

—¿Ya viene de trabajar?

Contesto solo asintiendo ligeramente con la cabeza, como no queriendo comprometerme a iniciar una plática; se hace un breve silencio y entonces bajo un poco la guardia y me animo a responder:

—Sí, ya por fin voy a casa.

—Afortunada usted, señito, porque a nosotros todavía nos faltan otras dos vueltas —dice el ayudante.

—¿Dos? ¡Na, güey, yo ya me voy a mi casa! —aclara el chofer.

—Mtchh, ¿tons porqué dijistes que hasta las 11? —dice el copiloto.

—¡Nel, si ya estoy bien cansado! —refunfuña el chofer.

—¿Pues desde a qué hora empiezan? —pregunto.

—Mire, yo me levanto a las 4 para a las 4:30 ó 4:45 estar ya formado en la base para ser de los primero en salir e ir bien lleno —señala el chofer.

—¡Uyyy, no pues sí está pesado, y yo que me quejo de que me levanto a las 5! —respondo.

—Pero eso no es todo porque, cuando me toca guardia, no sabe, ¡me tengo que levantar a las 3:30!

—¡No seas pinche exagerado! —Interrumpe el copiloto— ¡No le crea, seño, es bien chillón! —dice entre risas.

“Te cobras dos del suburbano, en Pirules”, se escucha una voz masculina; bajando el desnivel desciende el pasaje. El copiloto voltea para ver cuántos lugares hay disponibles en la combi.

“¡Súbale súbale! ¡Lomas-lindas-hogares-torressss!, todavía hay dos lugares, ¡súbaleee!”, anuncia con voz engolada.

Vuelve a ponerse en marcha la unidad, reviso mi celular como queriendo escabullirme de la charla, pero el chofer la retoman y pregunta levantando la ceja: “¿Vas muy lejos?”

El tuteo y la actitud me sorprende y mi rostro no lo oculta ¡Ay, güey! ¿A poco este me quiere ligar?, pienso.

—¡Chaa! —exclama el copiloto— ¡No seas igualado, no le hables de tú a la señora!, discúlpelo, es que no lo educaron bien.

—¡No se ofenda, es que se ve usted muy joven! —me dice el chofer.

—¡No te preocupes! —comento mientras sonrío.

—¡Yaaa, güey, ponte serio —tercia el copiloto.

Entonces aprovecho para tratar de tener control de la charla y evitar hablar de mí y les pregunto:

—¡Esta chamba es pesadita, verdad?

—Pus, a veces, por ejemplo, cuando hace calor, ¡no sabe, da un chingo de sueño! Siií y da mucha sed, yo prefiero el frío —dice el chofer.

—Sí, yo también —añade el otro—, porque te tapas y ya trabajas relax, pero el frío de diciembre, ca! Que no llueve, porque, como ahora que llueve, no maaa… se inunda… —aclara el conductor.

—Es peligroso porque se te empañan los vidrios ¿no? —pregunto.

—Sí, pero eso no es tanta bronca porque le ponemos al trapo tantito shampoo y ya no se empañan —dice el ayundante.

—¿A poco?

“Te cobras uno, bajo en Alamedas”. “Te pasan otro”. “También bajo en Alamedas”, se oye atrás del vehículo.

—Pero luego, más que el clima, la gente es bien pesada, quieren que los bajes donde no se puede, que les cobres menos y luego te quieren pagar 8 pesos con un billete de 200 —dice en tono de queja el chofer.

No alcanzo a ver cuántos pero descienden varios pasajeros.

—¿Y qué tal les va con aquello de los asaltos? —hago una pregunta incómoda, cuidadosamente, evitando invocar las malas vibras, obvio, la rehúyen, tardan en responder…

—“Pus, leve, leve en esta ruta —responde—, me ha tocado, pero pus la he librado, lo malo es que se meten más con el pasaje.

—Hay otras rutas, como la que va a San Pedro o a San Miguel Xochimanga, esas sí las asaltan tiro por viaje —responde el copiloto.

—Siií, es que luego por allá sí sacan la fusca y va parejo a todo mundo se chingan, dice mi compa, el Juan, güey, que iban él y su cacharpo*…

—¿Cacharpo!!! —pregunto.

—Sí, cacharpo, es uno como él, que me acompaña —señala a su compañero—, dice el Juan que la otra vez se subieron como cuatro cabrones a una “rata”, es un camión de esos plateados que por el color les decimos así “rata” —explica— y que bien ojetes a todo mundo maltrataron y Basculearon, güey.

Vamos por Lomas lindas, están reparando una de las calles y se empieza a hacer lento el camino, che municipio.

—¡Son chingaderas! —suelta el chofer—, ¿por qué no arreglan eso el sábado o el domingo? ¡Ahhh, no, ¡a huevo lo hacen entre semana!

Ya casi llego a casa y saco dinero, “te pago, bajo en el sitio de Hogares”, le digo mientras le extiendo una moneda de diez pesos al chofer, entonces él me contesta con un tono de voz suave, “así déjelo”, me desconcierto y le extiendo la moneda al ayudante que me rehúye diciendo “¡no, yo no sé nada, él es el jefe!” Insisto, y ante la negativa, saco de mi bolsa unos chocolates de los de a dos por diez pesos que había comprado en la mañana para mis hijos y les ofrezco uno a cada quien.

—¡Ay, seño, ya ve, ya nos chiveó!

Les insisto y sin más remedio, el chofer y el cacharpo agarraran su chocolate. Llego a la parada y al descender me despido deseándoles un buen camino.

 

 

 

 

*Aprendiz de microbusero, cobrador, ayudante, secretario. “Además de ser confidente del operador, solicita a los pasajeros que vayan pasando a la parte trasera, echa aguas y da el pitazo cuando han terminado de bajar”. Tomado del Breve Diccionario del Microbusero.

Entre orines y aguamiel

Por Salvador Méndez Soto

—¡Que les vaya bien muchachones y cuando quieran aquí los esperamos! –nos despide Jesús Delgado, dueño de la pulquería El Triunfo que se encuentra en la Avenida Ermita, muy cerca del Metro Constitución, en la delegación Iztapalapa.

Era un jueves muy caluroso, habíamos llegado a la pulcata a las cuatro y media de la tarde mi amiga Berenice y yo. Entramos empujando las puertas abatibles, de esas que se acostumbra ver en los western. Las miradas de las pocas personas que se encontraban en el lugar se dirigieron inmediatamente hacia nosotros, uno que otro silbido tímido dirigido a mi amiga y un “¿qué se les perdió niños?”, que provenía de una voz aguardentosa que disimuladamente tratamos de ignorar. El lugar era lúgubre y oscuro, una especie de cueva, eso al momento de entrar. Poco a poco nuestros ojos se fueron acostumbrando y empezamos a ver la gran cantidad de parafernalia del lugar. Un gran mural de la diosa Mayáhuel, dándole aguamiel a un par de indígenas, la imagen era enternecedora, me recordó a la Virgen de Guadalupe. Azulejo blanco por todas partes, unas sillitas de metal y dos pequeñas mesas, tan sucias como todo el lugar. Nos acercamos a la barra y pregunté que de qué había.

“Coco, fresas con crema, zapote amarillo y natural”. Me contestó la persona que se encontraba en la barra. Mi amiga pidió de fresas con crema y yo de zapote amarillo, un litro cada quien. Nos fueron entregados en unas cubetitas miniatura, de las que se podía dudar para que fueron usadas con anterioridad.

El Triunfo en Av. Ermita. Foto: proyecto-oxido.wikispaces.com

El Triunfo en Av. Ermita. Foto: proyecto-oxido.wikispaces.com

Nos sentamos en la única mesa desocupada y nos dispusimos a disfrutar de nuestra bebida ancestral. En eso, un fuerte olor a orines me empezó a picar la nariz, como si me hubieran puesto a oler amoniaco, voltee y me di cuenta de que estábamos a sólo algunos pasos del baño o más bien del mingitorio de lámina que había sido colocado en una esquina, fortificado con unas paredes de tela. Le hice una señal a mi amiga y nos cambiamos a la otra mesa, que se encontraba un poco más lejos.

—Por eso güey, ya te dije que la Vanesa vino ayer a buscarte, pregúntale a Chucho si no me crees.

—Sí te creo, cabrón, nada más que vale madres, pinche vieja, le dije que no viniera a buscarme y le vale madres.

—Pues es tu culpa, ya la hubieras mandado a la chingada.

—Pues ya le dije, cabrón, pero no me deja la condenada, quién sabe que tengo.

Platicaba un par de amigos que se encontraba de pie a un lado de la barra, mientras un hombre alto y gordo se acercaba a la rockola para escoger un par de canciones.

Vete ya, si no encuentras motivos para seguir conmigo, ¿para qué continuar… sonaba Valentín Elizalde a un nivel moderado, mientras brindábamos en nuestras mini cubetas. El pulque no estaba tan bueno, el de fresas con crema, sabía a todo menos a fresa y el de zapote estaba bastante insípido.

“Lo tienes enfrente de ti, Jesús Delgado, para servirte”, contestó don Jesús, después de que le pregunté que si conocía al dueño del lugar.

Mosaico en El Triunfo. Foto:  Foto: proyecto-oxido.wikispaces.com

Mosaico en El Triunfo. Foto: El Triunfo en Av. Ermita. Foto: proyecto-oxido.wikispaces.com

—¿Cuántos años lleva con la pulquería, señor Jesús?

—Pa empezar, no me digas señor, dime Chucho. Y pues desde que era un pinche renacuajo mi padre me traía a ayudarlo, él la fundó y después me la heredó el muy cabrón y ya lleva como 25 años a mi cargo.

Dijo Chucho después de señalar la foto de su padre, la cual se encontraba en una especie de altar detrás de la barra. Máscaras y juguetes del tipo sexual ornamentaban aquella exótica pared.

—¿Le gusta lo que hace o lo ve como una forma de ganarse la vida?

—Me encanta este bisnes, tiene sus pros y contras, como todo, los borrachos son de lo peor —decía mientras señalaba a un tipo de barba que se reía amistosamente con don Chucho.

El pulque se había terminado y la tarde empezaba a caer, por lo que decidimos irnos, la noche se pone muy pesada por aquellos rumbos.

Nos despedimos de nuestros nuevos amigos, no sin antes pasar al baño, al menos yo.

Gracias don Chucho, nos vemos pronto.

Estampas de San Jerónimo

Por Diego Vallejo

Domingo por la tarde. Callejuela de San Jerónimo, al sur del Centro Histórico. El marco elegido para pasar por una cerveza tras una casual tardeada fotográfica por las entrañas de la Merced, en compañía de un amigo. Típica chelería con precios módicos anunciados en una cartulina fluorescente: “caguama a 50 pesos”, nos invitó a entrar. El interior era bastante estrecho, con tintes sórdidos acentuados por los grafitti. Mesas y sillas de Corona acomodadas tratando de sacar el mayor provecho al reducido espacio, donde un grupo de jóvenes rockers y punkies —o al menos en apariencia— se refugiaban entre las botellas, el humo de cigarro y la música que escapaba de una pequeña grabadora.

Nos acomodamos en la mesa ubicada más al fondo del changarro, la única desocupada, a espaldas de los refrigeradores. Empezamos a destapar nuestra primera caguama e intercambiar las impresiones del día, justo cuando un par de jóvenes se nos unieron en la mesa.

—¿Qué onda carnal, esa es mi chela, ¿no? ¿O es suya?? Jajaja —comentó uno con gran frescura.

—Ah, es la mía, ¿no??

—Yo pensé que acá ya le habían dado baje, pero ¡salud carnales!!!

Su acompañante se levantó y se incorporó a la plática desde la mesa vecina, mientras que él nos siguió interrogando: ¿Son de por aquí, carnal?, le respondí que no, que sólo nos encontrábamos de paso y que estábamos buscando un refrigerio. Al ver la cámara fotográfica que colgaba de mi hombro, el joven preguntó:

—¿Eres fotógrafo?

—En esas estoy —contesté.

—Ah, ¡qué chido que andes en eso!… yo namás no le sé… ¿llevas mucho en la fotos?… ahh, orale… ¿andas fotografiando las marchas? Ya ves que el otro día, mmmhh, el jueves ¿no?, hubo una marcha…

—¡Ajá!, sí, el 2 de octubre…

Entonces, también te late eso de las protestas?…a huevo está chido….no, yo no pasé pero había un chingo de desmadre ahí por 20 de noviembre, por donde chambeo también… En eso le mostré algunas de las fotografías que no descargaba aún de mi memoria SD: “Ahh, ¡hay unas chidas eh!, ¡ahuevo!.. no pus qué chido que andes en la foto”… Pero bueno… ¡salud compas! Por acá nos acomodamos jajaja, ¡salud! —terminó rematando de forma estruendosa, mientras nuestros vasos desechables se sacudían al son del brindis.

Escena de La Faena. Foto: ceusa.blogspot.com

Escena de La Faena. Foto: ceusa.blogspot.com

El joven se expresaba con gran naturalidad y énfasis que dejaba entrever que no era la primera cerveza que deslizaba por su garganta. Tez muy morena, gorra de los Dodgers de Los Ángeles colocada “de ladito”, camisa azul tipo polo muy ceñida al cuerpo y el clásico “bronceado de cantina” en las mejillas, no paraba de hablarnos. Prácticamente no podíamos ofrecer réplica alguna. Ante esta necesidad de expresarse y de atropellar sus diálogos al hablar, inmediatamente me llegó la idea que sería la persona apropiada para darme materia para redactar mi siguiente narración… y ésta llegó sin siquiera buscarla.

—Me gustaría que pudieras fotografiar unas pintas que tengo con unos compas por allá en el Ajusco, ¿si topas gué?… en unos muros que están allá por donde pasaba el ferrocarril a Cuernavaca)… si, ándale, arriba de las antenas… por ahí pasa la ciclopista… Por allá arriba está bien caliente gué… pero no hay pedo, nosotros no nos metemos tanto… ya me salí de ese ambiente más bien… hay gente de ahí que se molesta por que hagas buenas pintas… como que se sienten menos, como que dicen: “¿a poco sí, barrio, es más que nosotros?”, si güey, está cabrón, pero naaa hay pedo… están chidas las pintas de mis compas… Nosotros pintamos sólo en bardas de ciertos lugares, o sea no pintamos las casas de la banda… respetamos… porque no mames, no está chido que un cabrón te raye tu casa nomás porque sí… por eso rayamos solamente en bardas públicas, en otros lugares… ¿Si has visto las pintas de Reforma??? Esas por donde está el periódico El Universal… ¡exacto! por Bucareli… esas gué!!! Están de huevos!!! Están bien locas…

En eso le pregunté si había visto el grabado que habían hecho en un edificio de la calle de Independencia: un rostro de mujer de rasgos indígenas empotrado a espaldas de la Alameda y respondió: Nel, güey, pero que chido que me dices para ir a darme un rol… ¿entre qué calles? Ah, va, se escucha chingón… También tengo unos amigos allá por la Sanfe… si gué… la San Felipe de Jesús… ahí se hacen buenas pintas también, eh… hay unas bien chidas por el Metro Oceanía…

Después de unos minutos, su acompañante, que resultó ser su hermano, se unió con nosotros y permaneció buen tiempo absorto en la oratoria de su carnal, para finalmente empezar una charla con mi amigo. Mientras tanto nuestro personaje, anónimo hasta esos momentos, continuó volcándome sus palabras: “Pero la neta, hace ya un rato que me salí de ese ambiente, de esos desmadres, antes estaba mucho más tendido…hora ya soy más tranquilo, no te creas, jajaja, sobre todo por la necesidad de ganar buen varo… —argumentaba mientras echaba miradas discretas al fondo de su vaso, como previendo la escases del líquido... Yo ahorita vivo en el Estado de México… se llama Ixtapaluca… si conoces, ¿ no? Sí, por la salida a Puebla, bueno hay varias salidas, pero más cerca de la carretera a Texcoco, más bien… pero los meses pasados estuve chambeando por Morelos… Hace año y medio que, pues… murió mi jefe y he tenido que apoyar a la familia, ya sabes, ¿no?… pues sí, carnal, me he tenido que rifar y echar una mano a la jefa y la familia… y por eso he andado más movido desde entonces, pero chido. Ante la confesión muy personal que escapó de sus labios junto a unos discretos eructos, decidí no opinar al respecto y preguntarle, a todo esto, cuál era su nombre: Me llamo Óscar… ¿cómo se llaman ustedes?…ah pues, chido, mucho gusto… ¿qué edad tengo? …tengo 23, sí, así como me ves ya de madreado… jajaja, no es cierto. Pero vamos a echarnos otras ¿no?, ¡a huevo!… si, unas Indio que están “de a tostón”, ¿no? ¡Va, como quieran!

Foto: arca-lab.com

Mosaico cantinero. Foto: arca-lab.com

Mientras la pinta de Thom Yorke de la pared contigua, con un gesto sui generis, simulaba soltarle un mordisco justo en su cabeza, la lluvia hacía su aparición; con timidez al principio, para después soltarse de golpe y desbaratar el cielo a cacerolazos sobre la acera. Esta eventualidad climatológica provocó un prematuro hacinamiento del recinto e inyectó mayor dinamismo al relato de nuestro parlanchín acompañante, quién compartió un poco de los trabajos que había realizado en el último tiempo:

Sí… anduve trabajando por Morelos, en el libramiento a Cuautla… si con un topógrafo que conocía uno de mis compas… ahí medio me enseñé a moverle a los aparatos, a, este ¿cómo se llama? …si el aparato para medir. No es tan difícil, gué, nomas que el calor si se pone cabrón un buen rato, pero está chido… Esta chido el libramiento ¿eh! Empieza por allá por Chalco… sí… pasas por los volcanes… Ganaba buen varo ahí con él, hasta eso, eh… Hay buenos lugares para chambear por allá… por donde están éstos, ¿cómo se llaman? Mmm, ¿los disfrazados?…¡ajá! los chinelos, ándale… También por allá estuve chambeando en la pisca de maíz, ahí también cerquita del libramiento… Ahí haces como 200 varos de 7 de la mañana 2 de la tarde… lo cabrón es a cierta hora por el calor también… de por sí Morelos ya ves como es, más acá!….¡Nooo!, desde más temprano!!, porque desde las 9 de la mañana el sol se pone ya bien mamón… un chinguero de sol… Pero en general no estaba tan mal, ya era cuestión de que se tienda uno y piscar rápido… se le va agarrando el pedo… acá también tu cuerpo agarra condición jajaja… Y lo creí porque las venas brincadas de sus brazos hablaban de trabajo duro.

Pero pues ahorita en lo mientras ando mesereando en un bar por acá de Regina… allí por Regina y 5 de febrero… sí, ándale, por ahí… Pues descorcho vinos… pero la neta no está tan chido, porque tu sacas como… mmmhh… un promedio de 400 a 600 varos… pero tienes que aflojarle feria al jefe de meseros y a otros güeyes… y hay veces que te quedan nomás pa ti 100 varos… ¡no mames, están bien pendejos!!… se pasan de verga, gué… pero bueno… lo chido es que le tuve que aprender de tipos de vinos y todo el desmadre para servirlos…

Mientras la plática de Óscar fluía como llave de agua abierta, poco a poco comenzó a eclipsarse por culpa de la algarabía in crescendo; la lluvia que no daba tregua y las rolas de Guns and Roses (Welcome to the jungle, y ya saben el resto) que no ponían de su parte. El calor humano y el humo del cigarrillo tornaban la atmósfera un tanto pesada, cuando de pronto, un personaje más intervino en escena. Güero, vestido en su totalidad de negro y un desentonante paliacate blanco que sujetaba una cola de caballo, apareció de la nada para, de buenas a primeras, iniciar una conversación con nuestro amigo. Tras varios minutos de no prestar atención a su charla por retomar la conversación con mi amigo, empecé a notar que está se hacía cada vez más dramática, como queriendo acoplarse al fuerte diluvio de afuera. Tal vez fue el hacinamiento, cual estación Hidalgo a las 7 de la noche (que despierta en uno los más primarios instintos de supervivencia) o simplemente la cantidad de etanol vertida en la sangre, fueron causales de la necedad con la que se expresaba el sujeto; quién repetía obstinadamente el siguiente monólogo: Sí, pero… ¿quieres que te dé un consejo?, no, espérame, ¡déjame decirte! … no güey, no te aloques, espérate… ¿Qué no ves que es mi cumpleaños? Aliviánate, carnal… cumplo 28 años, ¿tú?… si, por eso mismo te voy a decir algo… usté es un chingón… y por eso me tiene que escuchar… ohh, ¡tienes que escuchar güey!… si no eres pendejo tienes que escuchar… ¿si me dejas que te dé un consejo?… ¿tú captas? O no?… sólo te voy a decir algo güey… no no no no… espérame……sí sí, espérame… no no no ¡sólo escúchame güey!… Un discurso falto de coherencia que tiraba más a monólogo, frente al cual el buen Óscar únicamente sonreía y echaba miradas furtivas sobre su hombro, como involuntarios tics de auxilio. Finalmente, con ayuda de su hermano, pudo evadir al exasperante personaje que, al percatarse que no le hacían mucho caso, optó por regresar a su lugar para alegar con el dueño del local. Al retornar a la mesa y tras un leve suspiro, Óscar comentó: Hablaba mucho ese güey… y no decía ni madres… y yo que soy bien tranquilo, chale, jajaja… si yo hubiera querido ya hubiera valido madre ¿o no carnal?, afirmaba con tono burlón, mientras su hermano intentaba calmarlo con pequeñas palmadas en sus mejillas; diciéndole con cierta seriedad: “ya gué, ya cálmate Óscar… ya… estate tranquilo.

Mosaico cantinero. Foto: arca-lab.com

Este acalorado e inesperado suceso puso punto y final a nuestra convivencia, ya que a los diez minutos Óscar y su hermano, tras una breve terapia verbal del segundo, fueron a despedirse de nosotros. Intercambiamos cuentas de Face y tras una acalorada y prolongada despedida abandonaron el lugar, puesto que para ese entonces la lluvia prácticamente había cesado. Recuerdo que quince minutos después, mi amigo y yo salimos a fumar y nos percatarnos que nuestros acompañantes permanecían todavía charlando a unos metros de distancia. En el tiempo que tardó el cigarrillo en consumirse, los vimos emprender camino, abrazados del hombro y desvaneciéndose lentamente, ante la mirada vigilante de la estatua de Sor Juana y el juego de sombra-humedad formado por el parque de enfrente; los seguí con la mirada hasta perderlos, mientras le expresaba a mi amigo lo grato que me resultaba el conocer a gente abierta y espontánea en esta ciudad, con deseos bárbaros de compartir un poco de lo que es. Gente que siempre tiene algo qué decir, ante lo difícil que resulta en nuestros tiempos interactuar con otro mortal en esta maraña urbana. Mientras regresábamos al calor del recinto, cavilaba para adentros que estas líquidas y bizarras vivencias son las que hacen que valga la pena sacudirse la desidia vespertina para salir a comerse la ciudad, sin una ruta definida. Experiencias tan efímeras como lo que tarda en vaciarse una caguama…

Transporte al pasado

Por Abril Ángel

La entrada te recibe con las ruinas de un teatro majestuoso y los cacharros apilados de un gobierno de despilfarro: escombros de nuevos proyectos inconclusos por justificar gastos de una administración de compadrazgo.

Línea12, tiempos felices. Foto:mercadosobreruedasnosotros.blogspot.com

Línea12, tiempos felices. Foto:mercadosobreruedasnosotros.blogspot.com

Hay muchos contraluces, este escenario es perfecto para retratar la arquitectura vanguardista de Marcelo Ebrard y una guerra interminable del memorable Calderón, en contraste con el pasado de un Distrito que alojaba más esperanza que la actual “Capital del Mundo”.

En los trenes del suburbano hay niños que llegaron tarde a la escuela y regresan derrotados al Estado de México; actualmente el más poblado del país, un paraíso donde maravillosamente puedes pagar un crédito a 40 años y adquirir una casa de 20 por 10 metros.

Un letrero se asoma en una estación La Vida Real. Así es… parece que Suburbia no engaña en su publicidad… Esta es la vida real: el mismo vagón lleno de contrastes: señoras cansadas, hombres en asientos para embarazadas, embarazadas en los pasillos… desigualdad.

Cajas de trenes, postal de desahucio y a lo lejos chimeneas amarillentas gigantescas de una empresa dedicada a la venta de leche.

Allá… una ciudad saturada y entre la espesa capa de contaminación se vislumbra un cerro, verde y desierto, asediado por las construcciones de los exiliados de la ciudad más grande del mundo.

Un parque cerca de una casa de interés social y, en seguida, con ese color sepulcral: el gris cemento de la cual está pintada toda la capital… Un puente anuncia su modernidad; bajo él: escombros, vigas, cascajo de los despistados que no encuentran dónde tirar su basura, fierros oxidados.

Miro a un señor que observa a través de la ventana y se pierde entra la delgada línea de un día común en el que imagina que aún (como no lo hizo de niño) podría volar entre esos edificios, correr entre azoteas de casas aparentemente abandonadas o soñar con empezar de nuevo.

Huele a tumulto, a cansancio, a la madre cansada con ojeras y un babero rosa de cuadros lista para echar otra carga de ropa, de su propia prole o de otra casa que no es la suya. Se respira preocupación: de los pasajeros a quienes ya los alcanzó el futuro. Y mientras el ganado toma el asa del tubo para no caer, meditan sobre cómo será la vida cuando su viaje sea mejor…

La precipitación y humedad de la lluvia crea un sauna natural, la gente se mira entre sí ante el aburrimiento provocado por la vista exterior que conocen como la palma de su mano…

Una voz fuera del contexto citadino anuncia “Próxima estación: Fortuna”… La fortuna de muchos: es llegar a casa. El infortunio de otros: empezar el segundo turno para trabajar.

Entre libros y bocineros

Por Gabriela Ramírez

Diario salimos de casa para iniciar nuestras actividades, sea como sea el modo de traslado encontramos personas en el camino, gente desconocida pero que, al igual que nosotros, lleva una rutina. Y como es costumbre estamos tan ensimismados enviando mensajes con el celular, jugando Candy Crush, escuchando la música que nos transportan los audífonos, leyendo un libro o hasta durmiendo. Y este texto invita a lo contrario.

En el vagón del Metro hace calor, se escucha cómo el aire se distribuye en la parte superior, poco a poco se siente el ambiente más fresco, una sensación de placer para quienes íbamos apresurados, no se nos fueran a cerrar las puertas. Ese bienestar se ve interrumpido cuando se escucha “son baladas del rock en español, rock de nuestro idioma, de los ochentas y de los noventas”; te salgo a buscar y no te puedo encontrar…, y otros “éxitos” de Soda Estéreo, Mecano, La Cuca, La Castañeda, Maldita Vecindad; porque puedo mirar el cielo, besar tus manos, sentir tu cuerpo… “10 pesos le cuesta, 10 pesos le vale…” Y sólo un hombre desaliñado, aquel que agitaba el pie y tarareaba cada canción, compra el disco.

Bocineros con rock en tu idioma. Foto: Excélsior

Bocineros con rock en tu idioma. Foto: Excélsior

Por otra puerta entra un niño corriendo, empuja a la gente de enfrente y no le importa. Trae puesto el uniforme escolar de educación física, se nota alborotado, “¡mamá, mamá!”, grita una y otra vez, “¡mamá, mamá!”, pero no dice algo más, no quiere realmente nada, la madre está a su lado y lo ignora, prefiere recoger su cabello en un chongo. El niño como de ocho años corre y se sienta en el piso, vuelve a gritar “¡mamá, mamá!”, hasta que sus ojos voltean hacia las frituras que vende un muchacho, el niño alza la mano, se levanta y le da 5 pesos. Entonces toca todas las bolsitas, no se decide qué comprar, saca una, la regresa, saca otra y tampoco “¿qué buscas amigo?”, elige los rancheritos. Sonríe y va con su madre, “¡mamá, mamá, agua!” Los dos se sientan en el piso, ella abre la mochila y saca un cilindro azul, el abre la bolsa de frituras y le convida. Así termina el alboroto.

Al mismo tiempo, una mujer comienza su rutina de maquillaje, toma su celular, pone música, saca la cosmetiquera, comienza con la base de maquillaje, sigue con las pestañas; tiene pocas cejas así que, ¿por qué no?, las dibuja con un lápiz de tono café porque su cabello tiene rayitos rubios. Al final un color rojo en sus labios. Parece que tiene medido el tiempo, una vez que termina de arreglarse la cara se levanta y sale, ya con más confianza que cuando entró.

Otras personas aprovechan para echarse un coyotito, para desayunar un sándwich, un pan o un yogurt. Y más lejos un señor extiende su periódico El Gráfico, mientras el que va a su lado echa un ojo para también informarse. “Háblale por teléfono y dile que tenemos junta a las 11:00”, dice una muchacha a su amiga y ésta le obedece. “Bueno, oye, dile a Julio que no llegue tarde ¡eh! porque tenemos junta a las 11:00, sí, pero de todas maneras tiene que mandar el reporte temprano. Pero dile”, cuelga el teléfono entre risas.

—¿Y qué voy a decir en la junta? —le pregunta a su amiga

—Pues que el área está de la chingada, es la verdad…

—¡Claro!, ¿así?, mire director, pasa esto y esto y que su primo debe ocho mil pesos y no quiere pagar —dice aún entre risas.

—¡Es la pura verdad, estamos de la verga! —insiste su compañera.

—¿Ya, en serio, qué voy a decir?

—¡Ay!, no sé, deja de joder, yo tampoco sé qué voy a decir —le grita sacada de quicio, y la otra no para de reír.

A poco de terminar mi recorrido, suben dos muchachos que se turnan para decir versos, prosas y frases, tales como: Vivir es un peligro, pensar un pecado y comer un milagro… Los poetas cumplen una función decorativa… Los votantes votan pero no eligenLucio Cabañas, él sí era maestro… Un silencio muy prolongado es muy parecido a la estupidez… Ellos lo que ofertan con son separadores de página a 10 pesos. Y después de pasar por la cooperación de las personas recomiendan algunos libros: Las Venas Abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano y México Profundo, libro que dicen fue prohibido por el gobierno.

Lo anterior me hace recordar hace meses, cuando después de escuchar a un vagonero, de esos que invitan a la lectura, reprochan al gobierno y citan frases de intelectuales, una mujer le preguntó cuál había sido el último libro que había leído, el muchacho respondió rápidamente ¡Demian!, ¿y quién es el autor?, le cuestionó otra vez, ¡ay!, sí sé, pero ya no me acuerdo, Hermann Hesse. Te recomiendo leer más, no creo que lo hagas mucho pues se nota en tu manera de hablar, te hace falta dicción, le respondió ella de modo presuntuoso.

Resulta interesante está prueba de ampliar los sentidos, observar, escuchar y prestar atención a los demás cuando lo natural es que no nos demos cuenta de quién nos acompaña, que somos seres sociales que hemos perdido esa comunicación humana y la sensibilidad por interesarnos en los demás.