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¿Independencia… libertad..?

Por Salvador Méndez

“Más cerveza para la cabeza, más cerveza para la cabeza y el dolor”, cantaba un pequeño que a duras penas podía caminar.

“¿Quién te enseñó esa pinche canción? ¡Ya te está taladrando la cabeza tu papá, deja de cantar eso!”, exhortaba una madre a su pequeño mientras lo jalaba fuertemente del brazo.

El Chan, músico callejero de la ciudad de México, veía aquella escena mientras sonreía un tanto desconsolado. Se encontraba compartiendo la mesa con la figura de bronce de Ho Chi Minh, quien emula escribir a la posteridad.

¡Ah!, qué afortunado este tipo, no hace más que escribir, pensó el Chan al aire mientras leía la frase que se encuentra a espaldas de la estatua: “No hay nada más precioso que la independencia y la libertad”. En eso, empezó a escuchar un jolgorio casi tropical a sus espaldas, sobre la calle de Izazaga, por lo que decidió acercarse a ver qué era lo que acontecía. Al llegar se dio cuenta de que eran simpatizantes del PRD, los que armaban aquel alboroto, montados en camionetas llenas de bocinas que aventaban música popular y cientos de banderines y pancartas del Sol Azteca.

–¿Y ora, qué es eso? –preguntó el Chan a un conductor de un microbús que se encontraba parado sobre la avenida.

–¿Quién sabe, mano, pero ya se la volaron, parece pinche peregrinación!, perdón por lo de pinche. Le contestó el operador mientras se persignaba y veía la imagen de la virgen de Guadalupe que lleva pegada en el retrovisor, lo hizo como pidiéndole perdón.

Plaza Ho Chi Minh. Foto: www.guiadelcentrohistorico.mx

Plaza Ho Chi Minh. Foto: http://www.guiadelcentrohistorico.mx

El Chan se despidió y regresó a sentarse junto a la figura inerte de aquel importante filósofo oriental. Sacó su jarana y mientras la afinaba le preguntó a la estatua si esos peregrinos que adoraban a aquel partido político estaban ejerciendo su libertad.

–A mí no se me hace nada precioso, le dijo el Chan a la figura mientras se despedía cordialmente.

“Pinches monos”, gritaba un loquito que se acercaba lentamente mientras zangoloteaba las manos como asustando moscas.

–¿Qué pasa, Jefe? –le preguntó el Chan.

–Pues estos cabrones, hijo, me despertaron, estaba durmiendo bien rico y empezaron con sus chingaderas, todo es culpa del Peje, siempre armando alboroto para nada, nunca gana.

El Chan se rió de manera condescendiente…

–Pero son las tres de la tarde y son libres de manifestarse, a parte el Peje ya no es del… –dijo.

–Sí, pero yo también soy libre de dormir, interrumpió el vaguito.

–La libertad de uno termina donde empieza la libertad del otro –dijo el Chan mientras se ponía la mano en la frente, emulando un saludo militar. Nos vemos, pronto, abuelito.

–¡Dios te bendiga! –contestó el anciano y se fue caminando mientras seguía asustando quién sabe qué cosas.

“Ese viejo es libre e independiente, no le debe nada a nadie, no paga impuestos ni renta, quizá no paga ni su comida, pero tampoco lo veo como algo precioso”, pensaba el Chan mientras se abordaba un autobús.

–Buenas tardes, gente bonita, les voy a tocar unos sonecitos esperando sean de su agrado. Saludaba muy cordial a los pasajeros mientras hacía sonar algunos acordes con su bello instrumento veracruzano. “Yo no soy marinero, por ti seré, por ti seré, por ti seré…”, con estas palabras el chan terminó su número y después de su debido boteo se acercó al conductor para empezar una charla de rutina.

–¿Qué dice el tráfico? –preguntó.

–De la fregada, y-ora peor con estos pendejos, parece que se pusieron de acuerdo para fregarlo a uno –contestó un tanto furioso mientras señalaba con una mano a un séquito del Partido Verde.

–Pues sí, ni hablar pero pues a darle, no queda de otra. Dios te bendiga, chof, nos estamos viendo –dijo mientras se acercaba a la puerta para gritar: “!Súbale, lleva lugares; Hospitales, la Joya, súbale!”

Al bajar el Chan se encontró con cientos de panfletos del Partido Ecologista de México tirados en la avenida Tlalpan, que decían: “Con tu voto esto puede ser realidad”. El Chan los miró con una sonrisa, pero al final en su cara se dibujó una mueca de descontento o quizá de pena ajena.

El día transcurrió con más embotellamientos y casi los mismos reclamos de la gente. Eran las nueve de la noche, por lo que decidió regresar a casa. Abordó un microbús de los que van por Tlalpan hasta Pino Suárez.

–¿Ya estuvo, mi Chan? Súbete –invitó el operador al músico.

-–Por hoy ya estuvo –contestó el Chan tocando la espalda al conductor y se dirigió a la parte de atrás de la unidad donde aún había lugares vacíos.

–Esos del PAN siempre con su doble moral; hablando de igualdad muy quitados de la pena, tal vez ya haiga más igualdad que hace unas décadas, eso no lo niego, lo que nunca va a dejar de haber es la distinción de clases sociales, eso es lo que le da en la madre a México –mascullaba un inconforme pasajero.

–Pero, pues sea como sea, los que tienen varo, pues no lo van a donar para que las cosas cambien o para que nosotros, los jodidos, no tengamos tantas carencias, ellos están en su derecho de tener su riqueza, sea como sea que la hayan obtenido, los que han hecho mal, de uno u otra forma lo van a pagar, así es la vida –contestó su acompañante, una mujer de aproximadamente 40 años que llevaba puesto un overol azul de limpieza.

–Yo no me refiero a que tengan o no dinero, uno es libre de acumular las monedas que quiera acumular, yo me refiero a la distinción, a segregar, a los privilegios de los que ellos gozan, eso ni aquí ni en China se vale.

El Chan quería entrar a aquella amena plática, pero se dio cuenta que ya estaba en Eje 4 Sur Xola, era hora de bajar. Se acercó a la parte de adelante del colectivo para despedirse del operador.

–Gracias, mi chof, buenas noches.

–Que Dios te bendiga, Chan, a ver qué tal nos va mañana.

 

De visita en Las Duelistas

Por Sol Morelos

Por un lado, una tienda de condimentos con una mezcolanza de olores, por el otro los antiguos de baños públicos y, justo en medio, el bullicio de voces roba la atención de todo aquél que vaya caminando sobre la calle de Aranda. No es para menos, la fachada de Las Duelistas, una pequeña accesoria que alberga una particular representación de dioses aztecas. La mezcla de colores impacta la vista de los que detienen para mirar.

Un letrero, colgado de las paredes cubiertas por azulejos negros, invita a cruzar las puertas del recinto, dejando muy claro que ahí no se discrimina por “condición económica, creencia religiosa, apariencia física o preferencias sexuales”. Cualquiera que deseé descubrir la magia del lugar será bienvenido… siempre y cuando haya cumplido los 18 años.

Las Duelistas. Foto: zonaturistica.com

Las Duelistas. Foto: zonaturistica.com

Una vez dentro, se encuentra un ambiente de fiesta y cordialidad. Aunque el lugar es sumamente pequeño, todos los que desean estar ahí. Las expresiones de sus rostros muestran agrado y gran simpatía con las paredes que los rodean. La música que proviene de la Rockcola, instalada en un rincón, es el condimento para aquel festín.

Es inevitable que el olfato se active de inmediato, ya que estando ahí dentro se pueden detectar distintos olores que despertarán el instinto de saciar la sed. Por lo tanto, lo siguiente será mirar el menú del día ─colgado en el muro que se encuentra a primera vista─ para elegir el sabor que más apetitoso resulte. Asimismo, se seleccionará la cantidad ideal para saciar la sed: vaso, tarro, jarra o cubeta.

Si se arriba antes de las tres de la tarde, se corre con la gran suerte de poder acompañar aquella bebida con una apetitosa botana. Cabe señalar que, dicha botana es un guisado de cortesía al adquirir aquella bebida que calmará la sed. No siempre se encontrará lo mismo para comer. Puede haber charales en salsa verde, chilaquiles bien picositos, chicharrón en salsa verde con nopales, picadillo, frijoles guisados con chorizo acompañados de un salsa molcajeteada, lentejas con tocino, caldo de camarón o salchichas a la mexicana. Se trata de ofrecer variedad y deleite al paladar.

Justo en la esquina donde está una de las puertas de acceso al recinto, junto a una de las barras, se encuentra un joven de cabello largo y rizado. Viste un pantalón entallado de mezclilla, una playera café y encima un chaleco negro. Con su mano derecha sostiene una guitarra resguardada por una funda negra. Su nombre es Daniel y tiene 20 años; es la segunda vez que cruza las puertas de ese lugar. Comenta que llegó ahí por unos amigos de la escuela, los cuales le recomendaron ir a probar “la bebida de los dioses”, especialmente en Las Duelistas. Explica que desde la primera vez que probó el pulque le supo muy “chido”.

Curado de apio. Foto: portodoslosmedios.com

Curado de apio. Foto: portodoslosmedios.com

A unos cuantos pasos de ahí se encuentra una pequeña mesa de madera cubierta por los vasos y jarras que contienen el pulque. A su alrededor jóvenes de entre 20 y 25 años platican entre ellos, a pesar de ser la primera vez que se ven. Lo reducido del espacio y las escasas mesas propician la convivencia entre los asiduos a beber pulque.

Entre los estrechos y atiborrados pasillos se abre paso de manera hábil y sigilosa un hombre de tez blanca cubierta por diversas arrugas, la cuales denotan su avanzada edad; sin embargo, eso no es impedimento para que aquel hombre se mueva diestramente con cuatro tarros, repletos de pulque, en cada mano. Con su voz ronca repite: “¡Ahí va el golpe, muchachos!” No permanece ningún instante quieto; se esmera por atender rápidamente a todo aquel que visita dicha pulcata.

Al estar frente a mí un breve instante, el hombre comenta: “¿Qué vas a querer, hijita? ¿Curado o natural?”

Yo, emocionada por la cálida y pronta atención, le respondo: “Un curado de apio, por favor”.

“Si lo quieres para beber aquí, pasa a la barra, hijita. Ahorita te lo doy”, responde a mi petición.

Al igual que el mesero, me dispongo a esquivar a todos aquellos que me impiden llegar hasta la barra principal. Finalmente me entrega un tarro de vidrio, escarchado con chile en polvo, lleno de curado de apio. En primera instancia, la bebida me provoca desconfianza y hasta cierta aversión por su consistencia viscosa; pero una vez que lo pruebo todo cambia. Su sabor es un deleite. Refresca mi garganta y me recuerda la misma sensación que siento al tomar algún licuado, con la diferencia del leve sabor entre ácido y amargo que deja el pulque. Me gusta tanto su sabor y consistencia que bebo de un tirón el tarro. Con la ayuda de mi dedo índice termino de comer la escarcha de chile que cubre la circunferencia del tarro ya vacío, mientras le sonrío al hombre que va y viene a prisa por toda la pulcata.

Camino a la Suavicrema

Por Nayeli Lima

En mi cabeza pasaba la idea una y otra vez de que no era una buena idea ir a la mentada Estela de luz o la Suavicrema, como es conocida entre aquellos que odiamos este monumento a la corrupción, debido a que tenía muchas cosas que hacer y que más tarde tenía que encontrarme con mi abogada, lo que provocaría que no tuviera mucho tiempo para saludar a los amigos que me encontrara en la proyección, ni tampoco para degustar el mezcal de cortesía que patrocina al Shorts Short. Pero yo quería ver el corto de Roberto Fiesco y de paso saludar al chico con el que salgo.

Pues así fue que me subí al camión verde amarillo de una de las rutas que recorren todo Reforma, deposité los 5 con 50 pesos en la alcancía que se encuentra junto al conductor del camión y guardé mi cartera en la enorme bolsa de mano que cargo conmigo. Decidí sentarme en la parte trasera del camión, ya que mi trayecto era largo y las personas suelen aglomerarse en la entrada. Ahí podría ver a casi todos los pasajeros del camión. No era tan tarde, apenas eran las 7 de la tarde cuando subí al camión. Junto a mí iba una joven, entre los 20 y 25 años, con atuendo de oficinista, falda negra, blusa rosa de cuadros y saco negro. Con unos zapatos de piso que rompían con toda la armonía del atuendo y una enorme bolsa de mano, también. Seguramente esta chica suele cargar sus zapatos altos (que si combinan con su atuendo) dentro de su gran bolso negro. Unos zapatos de plataforma y tacón de aguja, de esos que cansan e irritan un rato después de usarlos. Seguro los tuvo puestos toda la jornada laboral, pero eso sí lucía divina, ya que el negro le sienta bien y su atuendo le ajustaba perfectamente. Probablemente sea la chica linda del departamento de Contabilidad; ¡Y qué importa eso en realidad, si sabe hacer bien su trabajo! Pero de seguro la suspicacia de las compañeras sobre su desempeño laboral es comentada regularmente entre las demás compañeras a la hora de la comida y sólo por ser una chica bonita. ¿Y cómo no?, si cuando cruza todo el departamento de Contabilidad para llegar a la oficina del jefe, todos los chicos detiene lo que están haciendo al escuchar el sonido de esos tacons altos zapatos altos y se asoman disimuladamente sobre sus monitores, para ver pasar a la chica de ajustado atuendo.

Mujer de negocios. Foto: casablanca.cervantes.es

Mujer de negocios. Foto: casablanca.cervantes.es

Luce cansada pero a la expectativa, la cual se desvanese cuando saca de su gran bolso un celular que está vibrando. Sonríe disimuladamente y escribe para responder el mensaje que le enviaron por el whats. Seguramente es él, su amado novio, razón por la cual ella no tiene ojos para ningún otro chico en la oficina. Un muchacho no tan guapo, pero amable, el cual le cuenta cómo estuvo su día, ella le responde contándole cómo le fue en la oficina, nada especial, pero la simple idea de tener noticias de su novio la llena de júbilo y hace que el día a pesar de haber sido cansado termine bien. Esa noche no se verán, ella llegará a casa con sus padres y seguirá la charla con él, después la cena, hasta la madrugada. Hablarán de sus sueños y planes. De irse de viaje a Acapulco en el próximo puente. De su sueño de vivir juntos en un futuro no tan lejano y de tener un perro hermoso al cual puedan pasear todas las tardes después del trabajo. El whats será el vehículo ideal para planear una vida juntos y soñar despiertos antes de caer en los brazos de Morfeo.

Al fin, ella llega a su destino y se levanta apresuradamente para solicitar la bajada en la parada siguiente. Su lugar es tomado por un hombre alto de complexión media pero rasgos aseñorados, por lo que no logro descifrar su edad.

De pronto mis pensamientos sobre aquel hombre son interrumpidos por una mujer que habla por teléfono. “Pero dime. ¿Tienes café? Porque yo voy a querer café en algún momento de la noche”. No puedo verla, va un poco más atrás que yo. “La idea del vino me gusta, pero también quiero café”, responde.

Por el timbre de su voz y el aire picaresco con el que responde me hace pensar que es una mujer de unos 35 años, muy segura de sí misma y con ganas de pasar un buen rato con su interlocutor y tomar un café en algún punto de la noche.

“Pues dime que más te gustaría que llevara a tu casa. Yo puedo pasar a comprar algo si te hace falta”. Seguramente él puede ser un hombre guapo; en qué se dedica parece relativo, pero seguramente vive solo si la invitó a su casa. La idea del vino, significa que él quiere verse sofisticado o acentuar que el encuentro es importante, porque si fuera de trabajo, podría ser más viable lo del café y si fuera de cuates lo correcto serían unas chelas.

“¿Bueno y quieres hacer? Dime que te gusta…”.

Al final volteo y veo a la mujer de entre 35 y 40 años, con pantalón de vestir ajuntado una blusa blanca no tan ceñida y unos tacones medianos, blancos y coquetos. Un estilo en definitiva diferente al de la chica anterior. Su cabello chino y rojizo llama mi atención, lo lleva suelto pero no alborotado, sonríe sin recato y logro ver sus brackets plateados, enmarcados por un labial rosado.

Imagino que es precisamente con su dentista con quien habla. Lo escucha con atención y luce complacida con lo que escucha. “Claro… me encanta la idea… en un par de horas está bien…”.

Seguramente él le dijo que espera verla tan linda como siempre, que preparará pasta para cenar, que después verán una película y charlarán de sus gustos e intereses, que ansía verla y que en cuanto salga del consultorio hará la cena y después pasará por ella. Ella seguramente escogerá un atuendo que le favorezca y la haga sentir más segura.

La odiada Suavicrema. Foto: excelsior.com.mx

La odiada Suavicrema. Foto: excelsior.com.mx

Al final no puedo seguir escuchando mucho más de la conversación, pues se acerca el momento de que yo baje del camión. Me levanto y dirijo hacia la puerta trasera y solicito la parada. Veo de reojo a otras tres personas que se acercan a la puerta. Un hombre chaparro y una chica. Volteo para ver por última vez a la mujer de los brackets con labios rosas, compruebo que sigue contenta con su charla y planes para esa noche. Veo al chaparro que va justo atrás de mí, me molesta que se me arrime, invadiendo mi espacio personal y me muevo un poco hacia adelante para evitar sentirlo tan cerca, asumo que va a descender en la próxima parada al igual que yo. Se detiene el autobús y salgo del mismo. El autobús cierra sus puertas y arranca. Al ver que en realidad solo bajamos la chica y yo, me quedo un tanto desconcertada. Reviso mi bolso y me doy cuenta que mi cartera ha desaparecido. Instantáneamente me siento miserable, angustiada y molesta; hago recuento de todo lo ocurrido en el camión y maldigo al mendigo chaparro ladrón, aviso a mis padres de lo ocurrido para que llamen a los bancos y cancelen mi tarjeta; pienso en todo lo que traía dentro de la cartera. Me dirijo a la Estela de luz, le rindo honores a la Suavicrema con mi dedo medio, como el artista chino Ai WeiWei lo haría a cualquier monumento o institución del gobierno y después entro a la proyección del Shorts Shorts con cara larga y la impetuosa necesidad de un mezcal.