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Otro pervertido en el Metro

Por Momo

“Cuando andes en la calle, en el trabajo, en la escuela o en el transporte no confíes mucho es las personas: piensa mal y acertarás.” Eso me enseñaron mis padres, supervivencia pura. Puedo decir que tenían razón. Hasta la fecha, ese dicho es una de mis prácticas cotidianas; me fijo quién está junto a mí, con quién socializo, con quien socializan mis amistades. Cuando platico con alguien, analizo el movimiento de sus manos, de sus ojos, su tono de voz. En fin, como lo vimos en clase, LA VISTA DOMINA NUESTROS DEMÁS SENTIDOS.

Pero en ocasiones no es suficiente estar alerta, pues hay gente más mañosa que uno y más los pervertidos que viajan en el transporte público. Saben en qué momento dar un rozón o manoseo. Cuando les reclamas se defienden diciendo que es el vaivén del transporte. En mis múltiples viajes en Metro, he sido víctima de acoso sexual y de manoseos. Las primeras veces que me llegó a pasar (como a muchas), no decía nada porque me daba pena. Tan sólo pensar que toda la gente conociera mi lenguaje florido y la forma en que muevo los puños… Mejor trataba de moverme a otro lugar. Eso sí, me quedaba con el coraje de ver al pelmazo que me había tocado o dicho una vulgaridad, riéndose de forma cínica, como diciendo “otra vez lo hice y la libré”. Me daba la impresión que no sólo les excita tocar o decir sino también ver la cara de sorpresa. Afortunadamente, no siempre vivía estos malos ratos en el Metro y, con el paso del tiempo, cuando llegaba a ser víctima de este tipo de acosos me fui armando de valor para gritarles insultos y en ocasiones hasta les daba sus golpes.

Mi último mal momento fue hace un par de semanas. Ese día, mi jefe no pudo ir a una cita, así que fui yo. Usualmente cuando viajo en Metro, trato de no vestirme con minifaldas o ropa “llamativa” para evitar percances. Sin embargo, ese día no tenía previsto salir de la oficina y menos tomar el transporte público, mi coche no estaba disponible. En fin, tuve que viajar en Metro. Mi indumentaria se componía de un vestido corto, un poco arriba de la rodilla y ligeramente pegado, un blazer y zapatillas, nada escandaloso, según yo.

Foto: youtube.com

Aprovechan el tumulto. Foto: youtube.com

Bueno, tomé la línea naranja, para mayor referencia la estación Barranca del Muerto. Eran aproximadamente las 10:00 horas. Los vagones iban más desazolvados de gente. Me senté, justo para evitar repegones, enseguida un “usted disculpe”. A mi lado una señora alimentaba a su hijo, enfrente de mí una mujer se delineaba los ojos y el frenar del convoy le provocó que se hiciera una línea hasta la altura del oído, con cara de enfado y prisa sacó una toallita húmeda. En fin, riegos que se toman por irse maquilando. El Metro se quedó parado en el túnel por unos minutos. Llegamos a la estación Mixcoac y el tumulto que ocupaba el andén pasó a ocupar los vagones. Había igual de gente en las estaciones siguientes, yo bajaba en Tacubaya y desde San Pedro de los Pinos tomé mis precauciones. Me incorporé y fui acercándome lentamente a la puerta… Me llamó la atención un tipo con un tatuaje de telaraña en la mano, junto al dedo pulgar. Vestía una chamarra blanca, una gorra azul y un pantalón negro (creo). Desde que lo vi, me dio mala espina, porque me miraba de forma perversa. En un momento nuestras miradas se cruzaron y él aprovechó para sacar su lengua y lamerse los labios ¡qué asco!, exclamé.

Presentía sus sucias intensiones: toquetearme, así que como no podía recorrerme hacia la siguiente puerta y la llegada a mi destino estaba cerca, decidí acomodarme de tal forma que él bajara primero que yo. Al llegar a Tacubaya (para no variar) la gente se empujó y este individuo aprovechó para hacer la mano hacia atrás con la finalidad de tocarme la entrepierna. Reaccioné de forma rápida y alcancé a tomar su mano, no sabía qué tan bien la había agarrado, pero se la doblé… El fulano se me escapó y echó a correr. Para mi fortuna había un grupo de policías y les grite “¡policía, policía, ese hombre me manoseó!” De inmediato los uniformados corrieron tras de él y uno de ellos me dijo “¡córrale, señorita, vamos tras él!” ¿Cómo?, exclamé… Bueno, corrí, el glamour lo mandé al diablo (en ese momento, aclaro) y cual caballo di las zancadas lo más abierto que pude. Mientras corría escuche decir, creo que le arrebataron el bolso a la señorita y otros decían creo que la golpeó…. Lo correteamos hasta Tacubaya, línea rosa, pero no lo alcanzamos. Ese maleante aprovechó el tumulto de gente y los fisgones.

Al ver el objetivo perdido, un policía se ofreció para acompañarme a mi destino, estaba llena de cólera, así que no puse objeción. Mientras esperábamos la llegada del vagón, una señora se me acercó y me preguntó que si estaba bien, le dije que no, le conté lo que había pasado. Ya que muchas mujeres nos rodeaban, aproveché para decirles que griten, que denuncien cuando alguien las acose o las manosee, que lo hagan pensando en ellas y en el bien de las demás, para que cada vez sean menos los casos.

Foto: metroinforma.com

Foto: metroinforma.com

Debo decir que para mí fue incómodo ser custodiada por un policía, las miradas no eran discretas, lo que agradezco es que toda la gente abrió paso cuando bajamos en Balbuena. Antes de descender del vagón, el policía Jesús Valdés, del Sector Tacubaya, me preguntó a qué me dedicaba y le dije ¡soy periodista! Entonces que les haría un favor a las mujeres, y a todos en general, si publicaba el acontecimiento, pues así la sociedad se daría cuenta que aún hay policías que sí están para cuidar a la sociedad.

De regreso a mi trabajo, me acompañaba el miedo y a varios hombres les vi cara de pervertidos y casualmente en una de esas estaciones se subió el mismo policía que me custodió y preguntó ¿todo bien, señorita?, yo sólo asentí con la cabeza.

El dicho de mis padres nuevamente me puso en alerta, empero el malandrín sigue tan campante…

El Inframundo y su temazcalli

Por Moisés Ramos Rodríguez

Seres fantásticos me esperan a la boca del Inframundo: la mujer barbuda, aunque afeitada, una Barbie morena y tan delgada que no tiene curvas ni senos, pero refulge en la oscuridad por su maquillaje; otra, de tan exuberante que la ropa parece que le queda dos o tres tallas más chica, echa humo decidida y éste cae sobre un anuncio luminoso. Espero ver algo que diga “El show de terror Rocky”, pero no lo veo. Sólo leo: Revolución 2. Saco boleto y entro presuroso al Inframundo.

Las almas cubiertas de piel que cuben más de 200 huesos, corren presurosas; llevan de tanto correr las miradas rotas. Ay, ay, que raudas van, ay, ay, ay y ¿volverán…?

Entro al laberinto pero nadie parece huir del Minotauro; al contrario, parecen ir en su búsqueda. Pero, oh, sorpresa, al llegar al tendido de durmientes electrificados, veo en el lado opuesto de donde me detengo, que más bien sueñan con serpientes, con cierto mar, ay, de serpientes al que entro yo. Una de ellas lleva rotulado no sé qué mensaje (está partiendo a toda velocidad) y sólo alanzo a distinguir al final de los vagones: MX, MX, MX, MX…

Uno de los seres fantásticos ha bajado, quizá codo a codo conmigo al vientre terrenal artificialmente iluminado: gasta ropa de muchos colores, su maquillaje le da aspecto de reina de un feudo desconocido y sus brazos, que sobresalen de una blusa sin mangas, por donde se asoma el electrizante tirante de un brasier anaranjado, derribarían a cualquier corredor de futbol americano a la caza del ovoide.

Entonces llega la gran prueba: entran al temazcalli, a la Casa donde se suda. La serpiente, que no es ni Ku Kul Kan ni Quetzalcóatl se detiene y abre sus costados para devorar a sus hijos, que entran como antiguos cargadores de La Merced echando lámina, la lámina de sus diablitos, pero sin el aviso de ¡Aí, va el golpe, Aí va el golpe! Aquí compruebo lo cierto del viejo adagio que reza: ¿Tú qué sabes de caricias?, si jamás has estado en el Metro…

Xólotl, asomó sus fauces en la Línea 2, en las calles de Tacuba.  www.metro.df.gob.mx

Xólot, asomó sus fauces en la línea 2, en las calles de Tacuba. http://www.metro.df.gob.mx

Ya estamos en plena sudoración y nadie reparte ni jabón, ni estropajo, ni piedra pómez. En lugar de las hierbas de olor (albahaca, romero, manzanilla, lavanda), debe haber un centro de desechos desde donde nos envían efluvios para domar hasta el más reacio olfato. ¿Qué habría hecho aquí el protagonista de El Perfume?, ¿qué sentimientos habría despertado en él el coctel de transpiraciones, incluidas las del pie del atleta, con que se nos recibe en este temazcalli?

A pesar de la hora, pasan de las nueve de la noche, todavía hay gente que se anima a hablar, y los escucho pero tenuemente, como si estuviera en el tianguis de Tlatelolco hace 550 años, cuando los tamemes ya cargaban con sus fardos hacia las bodegas o sus residencias para dejar en espera a las mercancías: se oye un niño que llora en el regazo de su madre, una pareja que se murmura amores, un ávido que pasa la hoja de su grueso libro sin detenerse de ningún lado, una música casi lejana que se va acercando: Lo que un día fue, no será; ya no vuelvas a buscarme, no tengo nada que darte, de tu alpiste me cansé…. Es el bocinero ciego que se va acercando con sus discos de a diez pesos los 360 éxitos de la canción romántica…

Un hombre habla por teléfono y le pregunta, probablemente a su novia por qué, entonces, no le contesta lo que le pregunta; que por qué no llegó como quedaron, que si se fue con Luis, o qué chingados; que sí estará mañana o no, o se va todo a la chingada, que si… Llega junto a él otra bocinera y se instala a ofrecer su música del Inframundo. Los conectados a su vida cibernética apenas si levantan la mirada de sus luminosos artilugios, atados a ellos por los cordones umbilicales que son sus audífonos fosforescentes.

Me pisa un tipo con aspecto de soldado, policía o guardia de seguridad, casi pelado a rape, lo empujo y le reclamo. La mujer barbuda, cuyo mentón luce verdoso por el afeitado diario, lo ve a los ojos y él se hace el loco, busca en la puerta de hojas transparentes otra cosa que no sea su imagen ni la de ella. El niño vuelve a llorar, pero el regazo de su madre amortigua el grito, la queja, que tal vez sea porque está enfermo o a esta hora ya está hasta la coronilla de tanto viaje.

Un hombre con acento de chiapaneco, de sudamericano, de colombiano tal vez, mueve su maleta de casi un metro y medio de alto y 50 centímetros de ancho por que se baja en Pino Suárez para transbordar e ir a San Lázaro. Los voluntarios prisioneros del temazcal casi no se mueven mientras él intenta mover su especie de animal muerto y disecado, por entre los que sudan y sudan y vuelven a sudar, pero mira cómo sudan al ver al tren pasar (por el otro lado, por la ventanilla).

Venimos a sufrir: en la Casa donde se suda. www.dondeir.com

Venimos a sufrir: en la Casa donde se suda. http://www.dondeir.com

Bajamos corriendo como si fuéramos galgos en las carreras tras un conejo mecánico y eléctrico. Corremos para ir a la conexión con el difunto Pino Suárez, que poco o nada ha de saber de estos baños de pueblo, sin jabón, sin estropajo, sin piedra pómez. La serpiente nos presenta otro aspecto de su vientre. Corremos, y veo pasar a la protagonista de ¡Corre, Lola, corre!, o eso creo, porque no se detiene ante nada: se trata de una versión mexicana y un poco más morena de la corredora contra reloj. Subo a la conexión rosa, pero nada en esta vida es de ese color. Me recibe un anuncio que me da cuenta de lo que he hecho: “Mezclarnos siempre trajo consecuencias. Crónica de castas. Estreno 3 de abril. Serie original de Canal Once, dirigida por Daniel Jiménez Cacho. Canal Once. Instituto Politécnico Nacional”.

Busco con la mirada qué seres fantásticos habrá en esta otra vía.

Metro: Un ciego, sí puede llevar a otro ciego

Por Elizabeth Montaño

Me olió a caño y a orines uno de los pasillos del Metro Indios Verdes, apuré el paso, no sólo por el hedor, sino porque muchos van como toros “embolados”. Arriba, en los andenes, las personas se paran donde creen que estarán cerca de la puerta, pues para obtener un asiento hay que entrar casi corriendo, así como en el juego de las sillitas que cuando para la música, los concursantes se aprestan a ocupar un lugar, si no, se quedan sin asiento y pierden el juego, pues así es aquí: hombres, mujeres y niños corren para sentarse; caray no es como los tiempos de antes, que los hombres se levantaban para que la mujer que iba de pie en el camión ocupara el lugar.

Así, iba yo de pie, escuchando a un vendedor, un hombre como de 50 años: “Lleve su enciclopedia temática del cuerpo humano, le vale 10 pesos, sólo le cuesta 10 pesos”, pensaba en el bazo, en el riñón, cuando en la estación Potrero entró una madre con su niño cargando, el tipo que venía sentado frente a mí ni se inmutó, él era joven, muy moreno de piel, con el cabello rapado tipo militar, vestía camiseta blanca y pantalón de mezclilla. Y yo, no pude evitar llamarle la atención para que cediera el lugar a la mujer: “Disculpe, ¿le puede dar el lugar a la señora, por favor?” Me miró molesto, sus ojos eran dos odios contenidos, ni me respondió. No me hizo caso. Ni hablar. Caray, me dije, si que los tiempos han cambiado, los hombres no son como los de antes. En ese momento una mujer que iba sentada le cedió su lugar a la madre. Ya estaba en el Metro La Raza y otro vendedor anunciaba ahora el manual de instalaciones eléctricas: “10 pesos le cuesta, sí mire, el útil y único manual que le dice como hacer una instalación, cómo arreglar un motor…” Después en Tlatelolco un muchacho vendía “el práctico Manual de matemáticas”, para el niño o la niña, para resolver tareas de primero a sexto grado. Pensé: es la hora del conocimiento y de todos los que íbamos, sólo conté un comprador.

En la estación Guerrero veo una pareja de invidentes: él tiene un grueso borde blanco en un ojo y el otro completamente cerrado, un diente le sobresale por encima de los otros, viste camisa gris luida y pantalón café oscuro, lleva su bastón en la mano izquierda, carga su sonido, y sus labios nos hablan de las canciones de Javier Solís, detrás de él va su pareja: una mujer con ojos parpadeantes, casi cerrador por la ceguera. Se escucha: “sombras nada más, acariciando mis manos, sombras nada más, en el temblor de mi voz, pude ser feliz y estoy en vida muriendo y entre lágrimas viviendo…” Me acordé de Don Juan Manuel, el sobrino de Alfonso el Sabio, quien en el siglo XIV escribió la moraleja de un cuento sentenciando que un ciego no puede guiar a otro ciego, pero en el laberinto del Metro de la Ciudad de México, los ciegos no sólo se guían, trabajan, cantan, conviven, van y vienen con las sombras acariciando sus manos.

Igual que en el Lazarillo... www.diariodemexico.com.mx

Igual que en el Lazarillo…
http://www.diariodemexico.com.mx

De regreso a mi casa, ya en la noche hice transbordo en San Lázaro y con la prisa que llevaba entré corriendo a la última puerta del último vagón. ¡Uf!, me dije, ¡qué suerte!, logré subir antes de que la puerta cerrara. Empecé a ver a mi lado que cinco hombres hablaban con modos amanerados, uno de ellos, el más alto y de cabello entrecano, iba casi sentado sobre las piernas del que ocupaba el lugar individual cercano a la puerta, éste, el más joven de todos, les dijo: “Los heterosexuales se enmugran toda la semana y luego quieren soltarse el pelo el fin de semana en el Vive Latino”.

—Mejor, hay que ir mejor a un palenque —dijo el más alto.

—Yo quiero ver a Juan Gabriel —contestó el de lentes.

—Pero ya no se cae, ya le pusieron su prótesis de platino en la cadera —respondió el alto y agregó: —Le hubieran puesto unas ligas en las nalgas, hubiera sido mejor.

—Vamos a hacer una fiesta griega —dijo el más joven que ocupaba el asiento —yo me voy a disfrazar de Apolo.

—Yo de Hércules, pero en radiografía de rayos X, jajaja.

Todos soltaron la carcajada…

Miré hacia mi derecha y en la esquina vi otra pareja de homosexuales que iba abrazada y miraba con interés a los otros hombres. Giré mi vista para la otra esquina, ya había bajado un poco de gente y hallé a un hombre escuchando su celular con los audífonos y frente a él a un joven que también tenía puestos los audífonos y rozaba con sus dedos los del hombre. A mis espaldas vi aun anciano de traje verde oscuro y corbata, encimarse en la pierna de otro viejo que venía sentado cerca de la puerta y llegué a pensar que era porque de ese lado aún había personas cercanas a ellos, pero al ir retirándose la gente, descubrí que en realidad estaban ligando.

Sí, no hay duda, caray, los tiempos han cambiado.

Gloria Ríos, mujer olvidada de la historia del R&R

Por Rosalía Contreras

La música silenciada es un cortometraje documental de Andrea Oliva, egresada del CUEC, que rescata la vida y aventuras de Gloria Ríos, pionera del rock and roll en México, cuya historia fue prácticamente silenciada en la historia “oficial” del rock en México.

Oliva, pequeña morena de labios gruesos, personalidad inquieta, pensativa y, a veces, tímida, presentó su corto en el Encuentro Internacional de Escuelas de Cine, como parte del Festival Internacional de Cine UNAM.

Antes de la función José Felipe Coria, director del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), destacó la tradición feminista de la escuela, cuya primera producción fue filmada por una mujer, Esther Morales.

La música silenciada o The husshed up music desvela una parte secreta del rock mexicano: el papel de la mujer en su concepción durante los años 50. Con testimonios de algunas protagonistas, el corto reescribe la historia oficial del rock, una historia que silenció por completo nombres como el de Gloria Ríos o las Mary Jets.

Gloria Ríos, fue una cantante, bailarina, actriz y vedette que en los años 50 del siglo pasado fue la primera mujer en interpretar Rock and Roll en México. Nacida en el East Side de San Antonio, Texas, Estados Unidos, en 1928, vino a México a los 16 años de edad. Desarrolló su vida artística, incursionando en el ritmo de los jóvenes de entonces: el Rock and Roll.

Ríos debutó en 1955 en el salón Margo, acompañada de Leo Acosta y sus Estrellas. También se presentó en el centro nocturno Mar y Cel, con la revista musical Del charlestón al rock and roll. También hizo una revista musical en el Teatro Lírico.

Nació en 1928 y falleció el 2 de marzo de 2002, a la edad de 74 años. Ninguna nota apareció en los diarios de la Ciudad de México o en las revistas de rock anunciando su muerte.

Tere Estrada, autora del libro Sirenas al ataque o la historia de las mujeres rockeras mexicanas, señala que durante años se creyó que el rock era una forma de expresión esencialmente masculina. Y esto resultaba verosímil sobre todo en el caso de México, donde las mujeres rockeras desempeñaron por años un papel secundario, decorativo o periférico. Tere Estrada pone las cosas en su lugar.

Y reconoce que gracias al trabajo de documentación de la hermana de la directora Andrea Oliva, La música silenciada rescata y recompone con imágenes de archivo el panorama del rock mexicano de los cincuentas y sesentas, devolviendo la voz a sus participantes femeninas.

De una forma ligera y didáctica, esta película recupera una parte esencial del rock de este país, añadiendo una nueva e importante dimensión a una historia mitificada que necesita ser constantemente cuestionada por cortos como éste.