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De Santa a la fichera. El estereotipo de la prostituta en el Cine Nacional

Por Nayeli Ramírez Bautista

A pesar de ser una figura importante en la cultura mexicana, la prostituta desde su origen ha sido catalogada por la sociedad como una mujer indecente y destinada al fracaso por tratarse de una fémina que tiene control de su sexualidad y además cobra por el acceso a ésta. El cine se ha encargado de reforzar dicha imagen mediante tramas en las que se muestra a “la mujer de la vida galante” en desenlaces desafortunados.

Instituciones como la familia o la Iglesia han tenido mucho peso en la idiosincrasia mexicana, pues “somos una sociedad judeocristiana”, como señala el director de cine Luis Lupone. Así, los valores morales han sido fundamentales en la cinematografía, por tratarse de un medio que toma ciertos aspectos y costumbres de la vida cotidiana. Julia Tuñón, investigadora, escritora y quien ha tenido diversos aportes en cuanto a la representación de la mujer en la sociedad, expresa que el cine, en la mayoría de los casos, normaliza los esquemas presentes en una sociedad, por lo cual el espectador busca en él una identificación y la reafirmación de sus creencias.

Federico Gamboa fue uno de los primeros escritores que se atrevió abordar la figura de la prostituta “inocente” en su novela Santa (1903). El texto retrataba a la “mujer caída” de principios del siglo XX y también denunciaba la doble moral de la sociedad. En el cine, aunque su primera versión –muda– se proyectó en 1918, no tuvo gran éxito ni provocó mayor impresión sino hasta su segunda versión de 1932. Esta última está considerada la primera película del cine sonoro nacional, porque presentó su sonido perfectamente sincrónico con la imagen. Asimismo, se le consideró polémica y revolucionaria para la época, al hablar de un tema complicado para la sociedad. Además, dio pauta para la representación de la prostituta en este medio en las siguientes décadas.

Santa se convirtió en el primer éxito en taquilla del cine mexicano gracias a la gran aceptación del público. Dicha cinta fue protagonizada por los actores mexicanos Lupita Tovar (Santa), Carlos Orellana (Hipólito) y Donald Reed (Marcelino); dirigida por Antonio Moreno, le acompañaban canciones de Agustín Lara El Flaco de Oro, músico que inició su carrera en los cabarets de la capital y de allí salto a los medios de comunicación. El filme narra la historia de una mujer joven deshonrada por un militar y despreciada por su familia, situación que la obligaba a refugiarse en un prostíbulo donde, a la postre, encontrará la muerte.

La industria se encargó de proyectar a la hetaira como una mujer pura e inocente que caía ante los deseos carnales fuera del matrimonio, y esto la condenaba a pagar el desacato de no ejercer la sexualidad “establecida” por las instituciones; por ello, debía redimirse, afrontando las consecuencias como no encontrar a un hombre interesado en formar una familia con ella por ser una mujer “marcada” ante la sociedad.

Esta película abrió una brecha en la industria nacional al reafirmar los valores morales; no obstante, la sexoservidora estuvo inmersa en tramas en las que los personajes melodramáticos: la madre (buena mujer) y la prostituta (mala mujer) prevalecían, los cuales se utilizaban para mediar el bien y el mal en la mujer, pues por un lado se tenía a la madre con su poder omnipotente, y por el otro, a la mujer de la calle, como un ser que reflejaba la falta de respeto hacia las buenas costumbres.

Ninón Sevilla, la rumbera por excelencia

Estanislao Barrera Caraza, antropólogo e investigador, menciona en el texto “Prostitución y medios masivos de comunicación social” que las historias de la meretriz caen en repeticiones carentes de originalidad y explica que “en el melodrama la prostituta nunca resulta triunfante, tiende a ser víctima, cuando más de circunstancias familiares y matrimoniales, aunque la culpa no sea suya. Sin embargo, de alguna manera tiene que pagar el ‘pecado de vender placer sexual’”. Es decir, la prostituta en el cine va a estar destinada a pagar de diferentes maneras el precio por ejercer su sexualidad con un fin que no es el de procrear.

El subgénero de “las mujeres caídas”, representó una etapa importante dentro del cine nacional y dio pie a otras representaciones, como en el llamado cine de rumberas, ambientado en cabarets y salones de baile de arrabal. En estas cintas predominaban los bailes candentes, curvas exuberantes y ambientes cabareteriles, espectáculos surgidos de los “Teatros de Revista” o “Teatros Frívolos». Estos filmes tuvieron su mayor auge en la llamada “Época de Oro” del cine mexicano, en las décadas de los cuarenta y cincuenta, en los cuales se mostraba la sensualidad de la mujer en sus bailes. Sin embargo, aunque se tuvo el apoyo de la industria estadounidense, seguían imperando los clásicos melodramas: la chica humilde de provincia llegaba a la ciudad y era “devorada” por la maldad en la urbe, sus vicios y condenada a bailar en un cabaret.

Las trabajadoras de cabarets, en su mayoría de la metrópoli, rozaban la línea dividida entre la moral y los prejuicios de la época, una de sus mayores exponentes fue Ninón Sevilla en cintas como Aventurera (1950). Pero este subgénero en poco tiempo fue perdiendo originalidad y debido a su sobreexplotación dejó de ser atractivo para el público. Además, se le impuso una censura al personaje por considerarlo una falta a la moral y a las buenas costumbres de la sociedad mexicana. El cine de rumberas se fue agotando en la década de los años sesenta, y, paralelamente, en un afán de recuperar el éxito obtenido, surgió otro subgénero prostibulario, el cine de ficheras, de ínfima calidad, donde se exageraba y parodiaba la vida de las sexoservidoras, que fue conocido como de “sexicomedias”.

Estas películas reunían obras de cabaret, vedetismo, el doble sentido y la “picardía mexicana”, la cuales creaban ambientes graciosos, incómodos e inesperados, pero, a diferencia de las anteriores en las que se mostraba a la mujer en condiciones desventuradas, en esta nueva temporada la prostituta se veía objeto de deseo por los semidesnudos que realizaba, los cuales eran exclusivos de la mujer. La película iniciadora fue Bellas de Noche I, proyectada durante 26 semanas en los cines, y gozó de gran aceptación del público por incluir el doble sentido y los semidesnudos y los ambientes donde su música exaltaba los sentimientos de despecho, traición y sacrificio.

En ese aspecto, Jorge Ayala Blanco, historiador y crítico del cine mexicano, menciona que “en la época de las ficheras, había un acercamiento, pero era en la degradación, la idea sórdida, lo ‘grueso’ de lo popular: las películas de (Alberto Rojas) “El Caballo”, son películas que buscaban exclusivamente un aspecto de lo popular, un acento machista u otra cosa”. Cabe destacar que los filmes realizados en ese periodo tuvieron como objetivo la comercialización, por carecer de calidad y sólo tener como fin producir un gran número de películas con bajo presupuesto.

Al igual que el cine de rumberas, el cine de ficheras se inspiraba en la vida nocturna, pero la diferencia entre estos dos subgéneros es que las ficheras tenían una censura “relajada” al permitir la proyección de semidesnudos en las películas, situación no ocurrida en el cine de rumberas en que las mujeres realizaban coreografías “sugerentes” y su actitud era seductora, pero no mostraban sus cuerpos desnudos. No obstante, el melodrama siguió inmerso en el cine de ficheras, pues se exponía en historias en las cuales la mujer, por diversas circunstancias, iba a parar al cabaret de mala muerte.

Además, en el cine de ficheras sobresalía el machismo y la misoginia debido a que la mujer era exhibida como mercancía y el hombre siempre tenía el poder de redimirla o de ser su perdición, pero no ambos casos. El público aceptó sin reproches ese tipo de historias aproximadamente 20 años.

Hay que recordar que para muchos esta etapa de la industria fue considera la debacle del cine nacional, pero para otros representó un empuje en la industria; no obstante, la administración de José López Portillo permitió que las producciones se vieran sólo con el objeto de vender. El cineasta Fabián Polanco menciona que “bien que mal, le trajo muchos millones de pesos de ingresos a la industria”.

En suma, la “mujer caída”, la rumbera o la fichera son personajes que se han encargado de encarnar a la prostituta en diversas facetas y contextos, pero no en las tramas. Este personaje ha obedecido a preservar los intereses de ciertos grupos de poder: seguir proyectándola como una mujer destinada a situaciones adversas, por ello le sido casi imposible a esta figura mostrarse en otros tópicos.

De ahí que a esta figura le falte experimentar con nuevas historias y no estar arraigada en historias que funcionaron hace décadas, por ejemplo, menciona Lupone, un buen tema sería “el de las enfermedades venéreas”, pues muchas de ellas afectan a la sociedad y se abordan muy poco en la pantalla grande, ya que si bien el cine como medio de entretenimiento no está obligado a transmitir la realidad fidedigna puede retomar ciertos aspectos de la vida cotidiana.